La Biblioteca de Alejandría y el Corpus Hipocrático

Abel Fernando Martínez Martín | 14/02/2022 - 08:57 | Compartir:

En el delta occidental del Río Nilo, Alejandro Magno fundó la ciudad de Alejandría, famosa en su tiempo por poseer dos de las maravillas del mundo antiguo: el Faro y la Biblioteca, esta última, la más famosa y voluminosa de la antigüedad clásica, fue fundada en el año 290 a. C. por el faraón Tolomeo I. Alejandría se convierte en la sucesora de Atenas, al ser el lugar donde floreció nuevamente la cultura griega, conocida como Helenismo. En el transcurso de tres siglos, los manuscritos conservados alcanzaron la impresionante cifra de 700.000 volúmenes, a lo que hay que sumar el Museo de Alejandría, el primero en aparecer en el mundo clásico, creado por los ptolomeos hace 23 siglos, institución que se dedicó de lleno a la investigación y fue lugar de encuentro de médicos, astrónomos, filósofos, matemáticos, arquitectos, cosmólogos, músicos, poetas y artistas. Contaba con laboratorios, jardín botánico, zoológico, auditorios, pinacoteca, observatorio astronómico, anfiteatro anatómico y la Biblioteca. 

La Biblioteca de Alejandría y el Corpus Hipocrático
Busto en bronce del faraón Ptolomeo II Filadelfo, quien gobernó Egipto del año -285 al -246 a.C. (izquierda), que se encuentra en el Museo Arqueológico de Nápoles, en Italia, y una reconstrucción en 3D de la famosa Biblioteca de Alejandría (abajo), en la ciudad del Faro, ubicado en el Delta del Nilo, lugar donde se compiló, muchos años después de la muerte de Hipócrates, el igualmente famoso, Corpus Hipocrático
La Biblioteca de Alejandría contaba con cerca de 70.000 obras y estaba vinculada al Museo, creado con ella, al igual que el anfiteatro anatómico de Alejandría, donde estudió Galeno de Pérgamo y se destacaron los médicos helenistas Herófilo y Erasístrato, privilegiando la anatomía.

Testigo del momento, el médico Galeno de Pérgamo, que entendió la importancia de la anatomía en Alejandría, donde florecieron los médicos Herófilo de Calcedonia y Erasístrato, que realizaron disecciones anatómicas, escribió que un decreto del faraón Ptolomeo II Filadelfo, el segundo de la dinastía, quien había nacido, como Hipócrates, en la isla de Cos, dio la orden que todo libro que se encontrara en un navío que atracara en el puerto de Alejandría debía ser llevado a la biblioteca, donde debía ser copiado por los escribas oficiales. Los textos originales se conservaban en la biblioteca de Alejandría y le entregaban a los propietarios la copia. También, según Galeno, ocurrió que la ambiciosa política de adquisiciones de la dinastía ptolemaica propició la competencia con otras bibliotecas y provocó el escandaloso encarecimiento de los precios de las obras, además de la proliferación de falsificaciones y malas traducciones en el mercado negro.

En Alejandría se editó lo que hoy conocemos como el Corpus Hipocrático (Corpus hippocraticum), una serie de escritos médicos diversos, discursos, ensayos y tratados, una especie de enciclopedia o biblioteca de la Escuela de Medicina de Cos, a veces contradictorios, producto de diferentes épocas, autores y escuelas; texto obligado de enseñanza de la medicina hasta el siglo XIX, está lleno de las palabras que todavía hoy usamos. Se reconocen también escritos de otras escuelas médicas como la de Cnido. El Corpus, fechado entre el 500 a. C. y el 250 a. C., fue recopilado y codificado en el siglo III a. C. para la famosa Biblioteca de Alejandría. Para el lexicógrafo francés Emilio Littré, 63 de los 72 textos que conforman el Corpus Hipocrático, están escritos en jónico, emplean locuciones homéricas y corresponden realmente a la medicina hipocrática.

La Biblioteca sufrió graves embates. En el año 48 a. C. ardió una parte en el asedio egipcio a las tropas del emperador Julio Cesar. La Biblioteca sufre una segunda destrucción en el año 391 en tiempos del emperador Teodosio, pero el definitivo golpe de gracia se lo dará el bibliofóbico general musulmán Arm, quien nunca había visto otro libro fuera del sagrado Corán y quien quedó impresionado ante la vista de tantos papiros enrollados. 

El general Arm le consultó al Califa Omar qué debía hacer. El Califa le contestó: "Si todos esos libros están de acuerdo con el del Profeta, son superfluos y por lo tanto es inútil conservarlos. Si no concuerdan, son dañosos y por lo tanto es necesario destruirlos". Entonces, el general envió los millares de volúmenes al fuego, para alimentar las calderas de los establecimientos termales de la ciudad de Alejandría. Se consumaba así uno de los primeros y más grandes atentados contra la cultura humana, que desafortunadamente no sería, ni será, el último en la historia. Siglos después, en tiempos nazis, Goebbles, ministro de Instrucción Pública de Hitler, organizó quemas de libros y de obras de arte degenerado en Berlín. "Donde queman libros terminan quemando hombres", advirtió premonitoriamente el escritor alemán Heinrich Heine.

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Abel Fernando Martínez Martín

Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).

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