Claudio Galeno, figura cumbre de la medicina en Roma, explica en sus palabras cómo el espíritu de observación y la intuición clínica le han hecho aparecer más como adivino que como médico por sus diagnósticos y pronósticos. Galeno asombra a un paciente que también es médico y al filósofo Glaucón por su pericia:
A raíz de mi primera visita a Roma, me granjeé la admiración del filósofo Glaucón por el diagnóstico que hice de la enfermedad de uno de sus amigos. Encontrándome con él en la calle, me dio un apretón de manos y me dijo: "Acabo de ver a un enfermo, y me gustaría que vinieras conmigo a visitarle. Es un médico de Sicilia. Gorgias y Apelas me dijeron que tú has hecho algunos diagnósticos y pronósticos que más parecen actos de adivinación que productos del arte médico. Me agradaría ver alguna prueba, no de tu conocimiento sino de ese extraordinario don que, según se dice, posees". Llegamos a la entrada de la casa del paciente y, muy a mi pesar, me vi impedido de continuar la conversación y de explicarle cómo la buena suerte permite a menudo a un médico hacer de sopetón diagnósticos y pronósticos de carácter excepcional. Después de haber entrado en la casa, nos encontramos con un criado que llevaba en la mano un platón que traía del cuarto del enfermo e iba a vaciar en el estercolero. Al cruzarnos, hice como si no me fijara en el contenido del platón, pero de una ojeada me di cuenta de que contenía un fluido icoroso y sanguinolento, en el que flotaban masas excrementicias que semejaban jirones de carne, prueba de enfermedad del hígado.
Glaucón y yo entramos en la habitación del enfermo. Cuando extendí la mano para tomarle el pulso, el paciente me manifestó que acababa de hacer una deposición y que, debido a haber dejado la cama, el pulso podía haberse acelerado. En efecto, era más rápido de lo normal y atribuí el hecho a la existencia de una inflamación. Al observar en el alféizar de la ventana un recipiente que contenía una mezcla de hisopo, miel y agua, llegué a la conclusión de que el paciente, médico, creía que su enfermedad era pleuresía; el dolor que sufría en el costado derecho en la región de las falsas costillas (que también está asociado con la hepatitis) le confirmaba su creencia, y le llevaba, para librarse de la ligera tos que sufría, a ingerir la poción.
Fue entonces cuando cruzó por mi mente la idea de —ya que la buena suerte venía en mi ayuda— aprovechar la coyuntura para aumentar mi prestigio ante los ojos de Glaucón. Colocando la mano en el costado derecho del paciente, por encima de las falsas costillas, exclamé: "Este es el sitio afectado por la dolencia". Él, suponiendo que yo había llegado a esta conclusión por el pulso, replicó con una mezcla de admiración y de asombro que yo tenía toda la razón. Y agregué, simplemente para aumentar su asombro: "Debes admitir, sin duda alguna, que sufres a largos intervalos de una tos seca y poco profunda, no acompañada de expectoración". La suerte vino en mi ayuda; el enfermo tosió precisamente de la manera que yo había indicado, poco antes de que acabase de proferir mis palabras. A esto Glaucón, que no había abierto la boca, irrumpió con una lluvia de alabanzas. Respondí: "Lo que acabas de ver representa la cima a la que puede elevarse el arte de los médicos para penetrar en el más profundo misterio de la enfermedad. Pero quedan uno o dos síntomas que quiero destacar. Volviéndome al paciente, le pregunté: "Cuando inhalas profundamente, ¿sientes que aumenta el dolor en la región que he indicado, y con este dolor no experimentas una sensación de peso en el hipocondrio?" El paciente expresó profundo asombro y admiración. Quise ir más lejos, y anuncié a los que me escuchaban un síntoma más que a veces se observa en afecciones hepáticas más graves (cirrosis, por ejemplo), pero temí arriesgarme demasiado comprometiendo las alabanzas de que se me había hecho objeto. Entonces, se me ocurrió que podía hacer este anuncio sin peligro alguno adoptando la forma de una prognosis. Advertí al enfermo: "Pronto experimentarás, si no la has tenido, la sensación de que algo te presiona la clavícula derecha". Admitió que ya había notado el síntoma. "Te daré ahora una prueba más de este poder de adivinación que me atribuyes. Antes de que yo entrase en escena, tú mismo creías que tu enfermedad era un ataque de pleuresía, etc." Después, "la confianza de Glaucón en mis facultades y en el arte de la medicina no tuvo límites".
Así concluye el poco modesto Galeno de Pérgamo, figura médica de la Antigüedad.
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).