Para aplacar la cólera divina numerosos santos fueron erigidos como santos patrones, protectores o abogados contra las frecuentes epidémicas de peste. La lista incluye, entre otros, a san Sebastián, san Roque, san Egidio, san Cristóbal, san Valentín, san Carlos Borromeo, san Juan Nepomuceno y san Crispín. San Sebastián y san Roque, son los santos más populares a través de la historia, son los mártires que fueron universalmente invocados contra las epidemias de peste.
El frayle dominico italiano Santiago de la Vorágine, en el siglo XIII, escribió la Leyenda Aurea, donde relata el martirio al que fue sometido san Sebastián, guardia imperial romano nacido en la Galia (Narbona), que fue asaeteado por los soldados romanos, que eran sus compañeros, en el primero de sus martirios, por orden de Diocleciano en los inicios del siglo IV:
"El emperador mandó que lo sacaran al campo, que lo ataran a un árbol y que un pelotón de soldados dispararan sus arcos contra él y lo mataran a flechazos. Los encargados de cumplir esta orden se ensañaron con el santo, clavando en su cuerpo tal cantidad de dardos que lo dejaron convertido en una especie de erizo".
Pero san Sebastian quedó vivo y santa Irene lo recogió y cuidó su cuerpo asaeteado. Sebastián, recuperado, volvió a interpelar al emperador, quien ordenó que el mártir cristiano fuera apaleado hasta morir y su cuerpo fuera arrojado a la Cloaca Máxima, para no ser encontrado, pero lo rescataron sus amigos y le pudieron dar cristiana sepultura.
Patrón de los arqueros, los ballesteros y, en general, de los soldados, al principio, san Sebastián fue un santo de carácter militar que era representado como un señor mayor, con barbas, un guadia imperial que era invocado en caso de muerte súbita. A partir del siglo VII, el martir cristiano pasó a convertirse en un santo taumatúrgico, santo patrono protector contra la peste, debido a que, en el año 680, una epidemia de peste se extendió por Italia, asolando ciudades como Roma y Pavía.
La epidemia de peste solo terminó cuando se construyó un altar dedicado a san Sebastián en la Iglesia de San Pedro Advíncula de Roma, donde fueron llevadas sus reliquias. Desde este momento se invoca a san Sebastián en las epidemias de peste. A partir del Renacimiento cambió la representación artística de san Sebastian, que pasó a ser representado como un bello joven, semidesnudo, atado a un árbol y atravesado por las flechas de los soldados romanos.
Los fieles creían que la peste —simbolizada por las flechas— era un castigo enviado por la cólera divina, santa ira causada por las reiteradas faltas cometidas por los indevotos hombres. Homero, en La Ilíada, a comienzos del canto I, escribe que el divino Febo (Apolo), ofendido con los griegos, lanzó sus envenenadas flechas durante nueve días consecutivos contra el ejército de los aqueos durante la Guerra de Troya.
La guerra y la peste juntas rinden a los griegos: "disparó Apolo el mortífero dardo infestando con la peste a los combatientes; de tal suerte que constantemente se veían humear las hogueras donde se incineraban los cadáveres de los apestados", escribe Homero en La Ilíada. En el Antiguo Testamento, en varios pasajes como en el Salmo 7, el airado dios de los judíos envía sus flechas contra los hombres con el objeto de castigar sus pecados y, en el apocaipsis, a la Peste; al jinete del Apocalipsis se le representa a caballo con un arco y flechas.
La presencia de san Sebastián en el arte medieval europeo es abundante y cubre su extensión cronológica y geográfica. Por su carácter de santo mártir protector contra la Peste, su representación, en pintura y escultura, fue muy relevante en los últimos siglos de la Edad Media, coincidiendo con las principales epidemias de la enfermedad durante los siglos XIV y XV, prolongándose su relevancia en América y durante la Edad Moderna.
La fiesta de san Sebastían se celebra el 20 de enero: las ciudades venezolanas de Maracaibo y San Cristobal lo tienen por patrono, el primer hospital de Cartagena de Indias llevaba su nombre y, en Tunja, el pintor romano Angelino Medoro, discípulo de Miguel Angel, lo pintó asaeteado en el siglo XVI, amarrado a un árbol, en un óleo que se encuentra el el Museo Casa del Escribano.
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).