Desde los pioneros trabajos del historiador de la medicina español Pedro Laín Entralgo, sabemos que la estructura social de la Grecia clásica dividió la asistencia médica que se daba en la polis. El tratamiento médico dependía de la condición económica del enfermo.
La medicina hipocrática estaba reservada para una reducida minoría de hombres libres, siendo muy diferente la asistencia que recibían los pobres y los esclavos. De esta manera, la higiene hipocrática estaba reducida a acciones individuales de una élite poderosa y privilegiada.
La asistencia médica de los esclavos en Atenas quedó claramente descrita en Las Leyes, la obra de vejez del filósofo Platón:
Hay, pienso, médicos y servidores de médicos, a los que indudablemente también llamamos médicos... Pueden ser, pues, ya libres, ya esclavos, y en este caso adquieren su arte según las prescripciones de sus dueños, viéndolos y practicando empíricamente, pero no según la naturaleza, como los médicos libres por sí mismos lo aprenden y enseñan a sus discípulos... Y siendo los enfermos en las ciudades unos libres y otros esclavos, a los esclavos los tratan por lo general los esclavos, bien corriendo de un lado a otro, bien en sus consultorios; y ninguno de tales médicos da ni admite la menor explicación sobre la enfermedad de esos esclavos, sino que prescribe lo que la práctica rutinaria le sugiere, como si estuviese perfectamente al tanto de todo y con la arrogancia de un tirano, y pronto salta de allí en busca de otro esclavo enfermo, y así alivia a su dueño del cuidado de atender tales pacientes.
Más adelante, Platón agrega acerca de la educación que recibía el enfermo por parte del médico hipocrático, ilustración con fines diagnósticos, pronósticos y terapéuticos, al pretender cambiar su dieta; es decir, modificar su estilo de vida, para poder recuperar el equilibrio de los humores:
Si algún médico de los que practican el arte de curar empíricamente y sin razonamientos -esto es, uno de los esclavos mencionados- sorprendiese a otro médico de condición libre en conversación con un enfermo también libre, sirviéndose en ella de argumentos punto menos que filosóficos, tomando la enfermedad desde su principio y remontándose a considerar la entera naturaleza de los cuerpos, pronto se reiría a carcajadas y no diría otras palabras que las que siempre tienen a flor de labio la mayor parte de esos pretendidos médicos: Insensato, no estás curando al enfermo; lo que en fin de cuentas haces es instruirle, como si él quisiera ser médico y no ponerse mejor.
En su famosa obra La República, publicada en el año 375 antes de nuestra era, Platón escribe sobre la atención médica en la Grecia clásica:
Cuando está enfermo un carpintero, pide al médico que le dé un medicamento que le haga vomitar la enfermedad, o que le libere de ella mediante una evacuación por abajo, un cauterio o una incisión. Y si le va con las prescripciones de un largo régimen, aconsejándole que se cubra la cabeza con un gorrito de lana y haga otras cosas por el estilo, pronto saldrá diciendo que ni tiene tiempo para estar malo, ni vale la pena vivir de ese modo, dedicado a la enfermedad y sin poder ocuparse del trabajo que le corresponde. Y muy luego mandará a paseo al médico y se pondrá a hacer su vida corriente; y entonces, una de dos: o sanará y vivirá en lo sucesivo atendiendo a sus cosas, o, si su cuerpo no puede soportar el mal, morirá y quedará así libre de preocupaciones.
Al establecer los requisitos para la formación de un buen médico, escribe el fundador de la Academia, también en La República:
Los médicos más hábiles son aquellos que, además de tener bien aprendido su arte, hayan estado desde niños en contacto con cuerpos de la más depravada condición y que no gozando de constitución robusta, hayan sufrido toda clase de enfermedades. Porque no es con el cuerpo, sin duda, con lo que se cuidan los cuerpos -en tal caso no sería admisible que los médicos estuviesen o cayesen enfermos-, sino con el alma que, si es o se hace mala, no se hallará en condiciones de cuidar bien de nada [...]
¿No te parece vergonzoso -dice Sócrates- necesitar de la medicina, no cuando nos obligue a ello una herida o el ataque de alguna enfermedad epidémica, sino por estar, a cansa de la molicie o de un régimen de vida vicioso, llenos como pantanos, de humores o flatos, obligando a los ingeniosos Asclepíades a poner a las enfermedades nombres como flatulencias y catarros?
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).