Finalizando el siglo XIX, en octubre de 1899, se inició en Santander la Guerra de los Mil Días que enfrentó a liberales y conservadores durante más de tres años, tras los cuales el liberalismo fue derrotado y el país quedó destruido. Fue la confrontación bélica más larga y cruenta de nuestra bicentenaria historia, siendo la batalla de Palonegro, en mayo de 1900, la más grande y sangrienta de todas, en ella participaron 26.000 hombres. Miles de heridos y 4.300 muertos son el saldo de la batalla.
Las Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación participaron en las ambulancias creadas para la atención de los heridos cerca del campo de batalla, 40 hermanas estuvieron presentes en la batalla de Palonegro: "Las curaciones se hacían de forma muy rudimentaria: con hilos sacados de trapos viejos, se envolvían unos palitos y con ellos se limpiaba la podredumbre y se sacaban los gusanos. La curación duraba horas," cuentan las hermanas, que estuvieron como enfermeras, acompañadas de médicos y practicantes en las ambulancias de Santander, Cúcuta, Ejército del Norte, Girardot, Chiquinquirá, Casanare y Sogamoso. Los liberales, con el apoyo de la Cruz Roja Internacional, organizaron dos ambulancias: una la del Norte, dirigida por el cirujano tunjano Hipólito Machado, y la Ambulancia del Sur, dirigida por Juan Evangelista Manrique. A las fuerzas del Gobierno, que contaba con los hospitales y mayor presupuesto, las atendió la Ambulancia del Norte del doctor Carlos E. Putnam. La Cruz Roja Colombiana nace a finales del siglo XIX, con la Guerra de los Mil Días.
El doctor Putnam, en su informe sobre Palonegro, escribe:
"En las casas cercanas al campo de batalla fui encontrando heridos diseminados entre los muertos. Colombianos entregados a una muerte segura y cruel, sin auxilio alguno, teniendo por cabecera el cuerpo yerto y fétido de un compañero y quizás de su agresor mismo. A pocos metros de una pequeña ranchería que humeaba y despedía olores nauseabundos, se veían entre un cafetal, tendidos, centenares de muertos, presa es¬cogida de voraces gallinazos que jamás concibieron la velocidad de los hombres para prepararles aquel festín de carne humana. ¡Qué cuadro tan salvaje! Dimos algunos pasos entre esos restos humanos contemplando aque¬llas caras infiltradas y acardenaladas que por boca y narices y por ojos y oídos expulsaban materias infec¬ciosas, líquidos nauseabundos de fetidez insoportable. ¡Qué caras aquellas! Las unas con las mandíbulas separadas y la lengua afuera, parecían gritar por un alivio, y Dios sabe si ese grito fue en verdad su última manifestación de vida. Las otras, con irónicas sonrisas y los ojos salientes de las órbitas, daban testimonio del furor y desesperación de aquel momento en que haciendo fuego los sorprendió la muerte. Las de más allá, con ademán triste, los ojos cerrados y las mandí¬bulas caídas entre las de unos cuantos, resignados que, sin duda, trabaron con la muerte diálogos aterradores"
La depresión, el suicidio y las deserciones se hicieron pasto entre los jóvenes reclutas, muchos de ellos niños, muchos de ellos mal alimentados, mal vestidos y sometidos a todo tipo de rigores. El doctor Barrientos, practicante en una ambulancia escribe: "Varios individuos del ejército de Bogotá con el fin de obtener su baja, se inutilizaban una de sus manos disparándose su propio rifle. El primero que hizo semejante barbaridad fue un jovencito de trece años de edad y su ejemplo fue seguido por muchos otros", y cuenta que, en el combate de Facatativá, todos los heridos encontrados en las calles de la ciudad fueron ultimados a machete y llegó a tal extremo la ferocidad que la revolución asesinó sus propios heridos, creyéndolos del Gobierno, en la oscuridad de la noche. "Nuestros heridos en casi todas las campañas han estado en malísimas condiciones higiénicas, en locales reducidos, tendidos en un suelo infectado; pues se había carecido siempre de camas altas; útiles de cama, vestidos muy sucios y difícilmente renovables," escribe Barrientos en su tesis de grado.
En el acorazado Wisconsin, de la Armada estadounidense, se firma el tratado de ese mismo nombre el 21 de noviembre de 1902, con lo que se dio fin a la Guerra de los Mil Días, aunque los combates con las guerrillas continuaron hasta 1903, cuando además se perdió Panamá. El saldo de la Guerra fue de 80.000 a 120.000 muertos, en un país que contaba con solo cuatro y medio millones de habitantes.
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).