En Europa, en el medieval siglo XII, la situación no había cambiado mucho con respecto a la medicina de la antigüedad hipocrático-galénica, Miguel Scoto médico, astrólogo, filósofo y alquimista escocés (1175-1232), describe cómo se debe anestesiar a un paciente que ha de ser amputado: "Tómese opio, mandrágora y beleño en partes iguales, pulverícense y mézclense con agua. Cuando queráis amputar un miembro coged un puñado de esto y ponédselo al paciente en las narices. No tardará en dormirse tan profundamente, que podréis hacer con él lo que queráis".
El también filósofo y médico árabe Avicena (980-1013) en el Canon, ve en el dolor algo contrario a la Naturaleza. Además del garrotazo o del alcohol, que le hacían ingerir al pobre paciente en abundante cantidad, antes de la cirugía, en la Edad Media se utilizó también como anestésico la llamada Esponja Soporífera, una esponja marina que era impregnada con legendarios calmantes como el opio, la famosa mandrágora (Mandragora officinarum); el hachís, resina obtenida de la cannabis; y la venenosa cicuta (Conium maculatum), que era un viejo remedio usado ya por los médicos hipocráticos, que difunden en la Edad Media, desde sus conventuales monasterios, los monjes benedictinos como un eficaz anestésico.
El cristianismo privilegió el dolor y el sufrimiento, convirtiéndolos en vías de salvación, la enfermedad se esconde, el dolor se sufre en silencio. El cristianismo hace del dolor la piedra angular de su sistema moral, ensalzándolo, viéndolo como medio de catarsis para la expiación de los pecados y vía para purificar el alma del mal. Aparecen los misterios dolorosos, las vírgenes dolorosas; al dolor eterno están sometidos los condenados al Infierno.
El dolor es pena y vía de salvación para el otro mundo. Los mártires cristianos identifican su dolor con el sufrimiento de Cristo y entran en medio del tormento en una especie de arrobamiento místico. Las zonas anestésicas en el cuerpo fueron prueba inapelable de brujería ante la Inquisición. Mediante la tortura, inquisidores -antiguos y modernos- logran confesiones torturando cuerpos y almas que se rinden ante el dolor.
Al alquímico alemán Paracelso (1493-1541), ya en el Renacimiento, le debemos la creación del Laúdano, que en latín significa lo que es "digno de alabar", una mezcla de opio y alcohol, que haría todavía más famosa el inglés Thomas Sydenham (1624-1689), el mayor clínico del siglo XVII, mezclando el opio, que era sólido como el laúdano de Paracelso, con vino blanco de Málaga, azafrán y canela. Fue un famoso y muy utilizado remedio, que llevó por siglos el nombre de Laúdano de Sydenham, que se usaba, hasta el siglo XIX, para todo tipo de dolores desde el de muela al dolor producido por el cáncer o la neuralgia del trigémino, además de usarlo frecuentemente en el tratamiento de los problemas gastrointestinales.
El cirujano francés Ambrosio Paré (1510-1590), figura destacada en el Renacimiento, se preguntaba por el misterioso dolor del miembro fantasma que sufrían los amputados en las guerras. El gran maestro de la cirugía que había suprimido el uso de aceite hirviendo para el tratamiento de las heridas sostenía en el siglo XVI que: "nada abate tanto la fortaleza humana como lo hace el dolor". Paré recomendaba al cirujano durante la operación quirúrgica: "obrar con la máxima rapidez a fin de no dejarse influir por los gritos y los gemidos de los enfermos".
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).