Desde el siglo XI por directa influencia de médicos árabes Rhazes y Avicena se usaba, junto a las tradicionales piedras bezoares y el cuerno de unicornio, el polvo de momia como medicina. Se trataba originalmente de pedazos de momias egipcias con los que se preparaban remedios especiales como la Triaca, famoso antiveneno y panacea antigua. Los clásicos árabes recomendaban el uso del polvo de momia en fracturas, contusiones y heridas y también para el tratamiento de la epilepsia, la hipocondría, los desmayos y el vértigo. Se utilizaba en las picaduras de escorpión, en las intoxicaciones, para la tos, para curar la hemoptisis y en el tratamiento de las dispepsias.
Los médicos galenistas rechazaban el uso de este polvo por no ser un remedio presente en los textos grecorromanos; sin embargo, fue utilizado en la medicina medieval europea, en la que para curar un miembro enfermo se requería la parte correspondiente del cuerpo momificado que por similitud sanaría. Sobre todo el polvo de momia se usó como rejuvenecedor, un cuerpo conservado tantos años después de la muerte aportaría salud y vida a un cuerpo viejo y enfermo.
Así los cuerpos momificados egipcios se convirtieron pronto en una lucrativa mercancía y el polvo extraído de ellas en uno de los remedios más sofisticados y costosos de la farmacopea del viejo continente. Se dice que el rey Francisco I de Francia (1494-1547) llevaba siempre en sus viajes el polvo de momia mezclado con el medicinal ruibarbo, para curar sus dolencias.
En el Renacimiento el uso del polvo de momia fue defendido por el iatroquímico Paracelso y sus seguidores, quienes lo consideraban un remedio regio, cuya acción era la de conservar y regenerar el cuerpo. Para Paracelso el arte de curar consistía en imitar aquello que cura espontáneamente en la naturaleza, de este modo la momia, al ser el gran principio de conservación y la esencia misma del hombre, es lo que cura verdaderamente. Durante esta misma época también surgieron varias críticas a la utilización de este polvo como remedio por parte del cirujano francés Ambrosio Paré, quien tampoco le daba ningún crédito medicinal al publicitado y mítico cuerno de unicornio.
La lucrativa mercancía no tardó mucho en ser falsificada, desprestigiándose su uso, por lo que fue desapareciendo poco a poco de las boticas y farmacopeas europeas. Aunque su uso medicinal no desapareció completamente, en el siglo XVIII se le da una nueva utilización, un trozo de momia mezclada con disolventes y resinas se transforma en una excelente pintura de color pardo llamada por los artistas marrón de momia, pigmento muy apreciado por su brillo y por no agrietarse al secarse la pintura sobre el lienzo.
A inicios del siglo XX el polvo de momia continuaba siendo un medicamento reconocido y fue asimilado por la próspera industria farmacéutica como lo indica el catálogo de ventas de 1908 de la famosa compañía farmacéutica alemana Merck, en cuya publicidad se lee: "Momia egipcia verdadera, aún a disposición, 17.50 marcos reales el kilo". Hoy en día, aunque marginado de la ciencia y la medicina, el polvo de momia y el aceite de momia siguen comercializándose en Internet.
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).