Los polvos de quina, de la condesa, de los jesuitas o del demonio

Abel Fernando Martínez Martín | 24/02/2020 - 16:29 | Compartir:

En 1653 el naturalista, cronista y sacerdote jesuita Bernabé Cobo y Peralta (1582-1657) terminó su Historia del Nuevo Mundo, publicado solo hasta 1890, en el que el jesuita, que vivió más de 40 años en América, sostiene que: "En los términos de la ciudad de Loja, diócesis de Quito, nace cierta casta de árboles grandes que tienen la corteza como de canela, un poco más gruesa, y muy amarga, la cual, molida en polvo, se da a los que tienen calenturas y con sólo este remedio se quitan." Se trata de la primera descripción escrita de la corteza del árbol de la quina y de su uso medicinal. El naturalista jesuita, que había llegado a Lima en 1598, añade que estos polvos ya eran conocidos en Europa y que se enviaban a Roma, donde se conocían como el "polvo de los jesuitas".

Los polvos de quina, de la condesa, de los jesuitas o del demonio
Doña Francisca Enríquez de Rivera, inmortalizada en una estatua erigida en su natal Chinchón en 1997. En la placa, debajo del busto, figura la castellana condesa como virreina del Perú y como la "descubridora de la quina, en 1629".

Un cuarto de siglo antes, en 1629, el rey de España Felipe IV había nombrado al IV Conde de Chinchón, Luis Jerónimo Fernández de Bobadilla y Mendoza, como virrey del Perú (1629-1639). Dos meses después de la toma de posesión del virrey en Lima, llegó al puerto de El Callao, su joven y bella segunda esposa Francisca Enríquez de Rivera. En unos pocos días la condesa se sintió muy débil y fatigada, creyeron que era por causa del largo viaje, pero el cuadro clínico terminó concretándose en unas fiebres intermitentes tercianas, que indicaban que había enfermado, como le sucedía a muchos españoles recién llegados al Perú, de Malaria. El también jesuita, quien se desempeñaba como confesor del virrey, Diego Torres de Vásquez, le habló de los polvos del árbol que usaban los indios del Perú contra las fiebres. Los defensores de la leyenda sostienen que el médico del virrey, Juan de la Vega no se atrevió a probar en la condesa un tratamiento indígena desconocido. Lo probó primero con los enfermos del hospital de Lima, y ante el mal estado de la condesa y al observar que los enfermos mejoraban con el tratamiento usado por los indígenas, no duda en administrar los polvos de la corteza de quina a la virreina del Perú, afectada por la malaria. Con los amargos polvos, la condesa se curó rápidamente, por esto, se conocería la quina como "polvos de la condesa", que los condes de Chinchón llevaron a la península a su retorno del Perú.

Aunque cada día tiene menos peso de realidad la leyenda de los polvos de la condesa, el famoso naturalista sueco Carlos Linneo, creyó en la leyenda y bautizó la planta como Cinchona en honor de la condesa de Chinchón, haciendo referencia a la villa de Chinchón, cerca de Madrid quien, según la tradición, descubrió gracias a los indios del Perú las propiedades medicinales de la planta. Linneo transcribió el sonido español 'chi' a la manera italiana: 'ci'. El género Cinchona fue descrito por Linneo en 1742 a partir de las muestras traídas del Perú en 1737 por La Condamine, miembro de la Misión Geodésica Francesa, quien visitó los bosques de la provincia de Loja para describir el árbol de la quina o cascarilla de Loja. 

Datos registrados de sus efectos sobre los enfermos de malaria los escribió el médico sevillano Gaspar Caldera de Heredia en 1663, resultados que en enfermos sevillanos obtuvo hacia 1640, con la corteza que trajo del Perú Juan de la Vega, médico del virrey. Oliver Cromwell, Lord Protector de Inglaterra, falleció de malaria en 1658, resistiéndose como buen protestante a tomar el remedio conocido en sus tiempos como "polvos de los jesuitas", calificándolos como "polvos del Diablo".

El árbol de la quina es hoy el árbol nacional del Ecuador y es parte del escudo del Perú. La quinina se utiliza para potenciar el sabor amargo y el efecto digestivo del agua tónica, también se utiliza en vinos aperitivos y reconstituyentes y en las gotas de Angostura. En 1820, los franceses Pelletier y Caventou aislaron el alcaloide de la quinina, poniendo fin a la polvorosa leyenda, ya que con la fabricación sintética del medicamento dejaba de ser necesario tomar la corteza de árbol de la quina para aliviar la fiebre.

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Abel Fernando Martínez Martín

Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).

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