Para el historiador de la medicina William Mc Neill, las dos enfermedades africanas más importantes que se establecieron en el Nuevo Mundo, a raíz del tráfico de esclavos, fueron la Malaria y la Fiebre Amarilla. Malaria, paludismo, fiebres palúdicas, tercianas, cuartanas o fiebres intermitentes, son diversos nombres para una misma enfermedad. Una enfermedad de los monos que atravesó la barrera de las especies para infectar a los seres humanos. Malaria y Paludismo son dos nombres de origen italiano, el nombre de Malaria se refiere al 'Mal Aire', a los miasmas, que se desprendían de las aguas estancadas y los pantanos, que eran producidos por las sustancias orgánicas en descomposición. La palabra Paludismo alude a lo mismo, a pantano, cuyo nombre italiano es 'palude', en latín 'palus'. La Malaria se convirtió en el modelo de las Enfermedades Tropicales.
Los análisis de ADN de la momia del joven faraón egipcio Tutankamón, muerto a los 19 años y de otras 15 momias, comprobaron la presencia de tres genes vinculados al parásito Plasmodium falciparum, que provocó el paludismo en cuatro de las momias investigadas, entre ellas la del famoso faraón. En los textos hipocráticos se habla de fiebres tercianas y cuartanas; el enciclopedista romano Celso se refiere a ellas en su obra. Los romanos tenían una diosa llamada Febris, que protegía a estos enfermos, con tres templos en la antigua Roma, se cree que la deidad romana se pudo haber originado en el dios etrusco Februs. El paludismo reinaba desde hace miles de años en el Mediterráneo, donde no fue un viajero de paso. El Paludismo encontró en el Mediterráneo, desde mucho antes de llegar los romanos a Italia, su lugar de asentamiento aprovechando sus planicies y tierras bajas inundadas. Este mal se agravará más cuando, a partir del siglo XVIII, los cultivos arroceros empiecen a extenderse y ocupar nuevas tierras que son inundadas para dedicarlas al cultivo. Originario de África, el paludismo se extiende al Mediterráneo, donde el protozoario moró por siglos y de ahí pasa a Asía y Europa y, después del descubrimiento, a América y más tarde a Oceanía.
En una pequeña urna del monasterio de San Lorenzo de El Escorial se conservaba momificada la última falange del meñique del emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, lo que permitió a los investigadores encontrar evidencias de la gota, la avanzada artritis que padecía el emperador, confirmando su muerte en el Monasterio de Yuste, a causa del paludismo. En el verano de 1558, en el Monasterio de Yuste, en Cáceres, Estremadura, a donde se había retirado tras abdicar al trono a favor de sus hijos, comienza de forma brusca con episodios de fiebre alta, sudoración, pérdida de apetito y adinamia, postrándolo en cama durante un mes. Sumado al tratamiento con sangrías y purgantes, su salud empeoró progresivamente hasta su fallecimiento el 21 de septiembre de 1558, a los 58 años de edad. Los ingenieros italianos de la corte le habían construido un estanque para que pescara desde el balcón de sus aposentos construidos en una región donde el paludismo era endémico. Dos décadas después del descubrimiento del parásito del Paludismo por Laverán, la sangre de los enfermos palúdicos le fue inyectada a los enfermos de neurosífilis y a otros pacientes psiquiátricos, en los que buscaban causar convulsiones por la fiebre producida, tratamiento inventando por el psiquiatra vienés Wagner Von Jauregg, en 1917, conocido como malarioterapia. En 2016 la OMS registra 216 millones de casos de paludismo y 445.000 muertes, en 91 países, 83 mil casos de malaria fueron reportados en Colombia en el año 2016, cifras que evidencian que, el paludismo, desde hace miles de años, causa miles de muertes en el mundo.
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).