Los hospitales del siglo XVI son espacios destinados específicamente a atender a los pobres de solemnidad que abundan en las ciudades debido a la crisis económica, donde los hospitalizados llevan un régimen de vida monacal en el que "misas, oraciones y plegarias marcaban la cadencia" de la vida. Son espacios pequeños, tienen muy pocas camas, están regentados por diversas instituciones de caridad y son muchos los que existen a principios del siglo XVI en España, la ciudad de Córdoba contaba con 30 hospitales antes de producirse la reducción de los hospitales que inician los reyes de España.
Estos hospitales poseían enfermerías, una capilla y un cementerio anexo, eran hospitales destinados a un sector específico de la población urbana, a los pobres de solemnidad. Es un momento de la historia en que los habitantes de la ciudad cuando enfermaban no iban al hospital, pues generalmente eran atendidos en sus casas. Tampoco era muy útil el hospital en las crisis epidémicas. El hospital se justifica no como un lugar clínico, sino como "un lugar de refugio, amparo de pobres, de forasteros de paso que no tenían otro sitio donde resguardarse, y no precisamente como centro para curarse, sino para alimentarse, vestirse o para morir en él". El hospital del que hablamos, cura cuerpos y almas, entierra muertos y busca la reinserción social de los pobres enfermos. El hospital del siglo XVI queda a las afueras de la ciudad, no solo por razones sanitarias con respecto a los enfermos y, también, a los muertos de su cementerio anexo, el hospital queda a las afueras porque su otra función originaria fue la de dar hospedaje a los peregrinos y a los pobres viajeros. El hospital es un lugar destinado para los menesterosos, para los que tienen menester de los otros para poder sobrevivir. Menesterosos son los inválidos, lisiados, enfermos, mutilados, ciegos, huérfanos, apestados, vagabundos, prostitutas, expósitos, locos, pobres y similares. Aseveraba el humanista valenciano Juan Luis Vives: "Entre los pobres hay unos que viven en las casas comúnmente llamadas hospitales [...] llamo hospitales aquellas casas en que se alimentan y cuidan los enfermos, en que se sustenta un cierto número de necesitados, se educan los niños y niñas, se crían los expósitos, se encierran los locos, y pasan su vida los ciegos: sepan los que gobiernan la ciudad que todo esto pertenece a su cuidado".
Es evidente la alianza entre la Corona y la Iglesia en España, para lograr la reducción de los antiguos y múltiples hospitales medievales en un único hospital general o, al menos, en unos pocos, es lo que se aprecia en los documentos desde la década de 1520 con el fin de facilitar la administración y la financiación. En las Cortes de Toledo de 1525, se reafirma: "que haya en cada pueblo un hospital General y se consuman todos los hospitales en uno". Juan de Ávila insiste en la reducción de hospitales en el informe que realiza para el Concilio Provincial de Toledo, que se celebró en 1565: "En las ciudades suele haber mucha copia de hospitales inutilísimos, donde ni se curan enfermos ni reciben pobres". El problema se trató en las Cortes de Valladolid de los años 1548 y 1555, que señalaron el mal uso que se le daba a las pocas rentas de los antiguos hospitales dispersos por multitud de ciudades españolas, instituciones que no respetaban la caritativa voluntad expresada por sus fundadores. El Concilio de Trento "dispuso que era necesaria para la reducción la licencia papal cuando la situación de los antiguos hospitales lo exigiera". El rey Felipe II recibe una respuesta favorable de Roma, logrando dos bulas papales promulgadas en los años 1566 y 1567, que establecían "que una comisión de obispos procediese a la reforma y reunión de los hospitales", en un hospital, que se conoce en la historia de la medicina como hospital general.
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).