La fiebre amarilla es una zoonosis, aguda y febril; una fiebre hemorrágica potencialmente mortal, causada por un arbovirus y transmitida por un artrópodo que es endémica en áreas tropicales del África y de América Latina. La fiebre amarilla tiene dos formas epidemiológicas que reconocemos hoy: la urbana y la selvática, que están íntimamente ligadas.
La primera, la más conocida desde el siglo XVII en el Caribe, es la transmitida de hombre a hombre por la picadura del mosquito hembra del Aedes aegypti. Cartagena de Indias recuerda la epidemia de fiebre amarilla que causó la gran mortalidad que sufrieron las tropas del almirante Vernon, en 1741. Las epidemias urbanas atacaron las costas colombianas Panamá, el puerto de Barranquilla y el de Buenaventura, así como el curso del rio Magdalena, llegando hasta Neiva y afectando también a Ocaña. Las dos últimas epidemias urbanas que declaró Colombia, gracias a las campañas de erradicación del Aedes y de vacunación, emprendidas desde la creación de la vacuna a finales de los años 30 del siglo XX, fueron las de Bucaramanga, en 1923, y la del Socorro, en 1928.
Con respecto a la fiebre amarilla selvática, afirma la Organización Panamericana de la Salud (OPS) que está presente en las selvas tropicales lluviosas; los monos, que son el principal reservorio del virus, son picados por mosquitos salvajes que transmiten el virus a otros monos. Las personas que se encuentren en la selva pueden recibir picaduras de mosquitos infectados y contraer la enfermedad. Actualmente, el virus selvático de la fiebre amarilla se encuentra en el pie de monte y los bosques de la Orinoquía y la Amazonía, en las hoyas del Magdalena y del Catatumbo y en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde produce casos aislados o epidemias y desde donde amenaza a las ciudades vecinas.
Los primeros casos de esta modalidad selvática de la fiebre amarilla fueron descritos, en 1906, por los médicos colombianos Roberto Franco, Gabriel Toro Villa y Jorge Martínez Santamaría, a petición del sindicato de las minas de Muzo, en la zona esmeraldera del occidente del departamento de Boyacá, al trabajar con personas que, al entrar a los bosques de Muzo, fueron atacadas por los mosquitos silvestres, pues en Muzo no había presencia del vector, el Aedes aegypti.
El importante hallazgo de los médicos colombianos no fue reconocido internacionalmente porque, en la época, prevalecía la idea de que no podía existir la fiebre amarilla sin la presencia del Aedes. En 1916, William Gorgas visitó Colombia y conceptuó que los casos de Muzo no podían ser fiebre amarilla por no existir el Aedes.
Sólo se dio crédito a los investigadores colombianos en 1932, cuando habiéndose encontrado métodos para identificar el virus, investigadores brasileños y norteamericanos de la Fundación Rockefeller, liderados por Soper, lo aislaron de pacientes que vivían en selvas brasileñas donde no se detectaba el Aedes aegypti, en Espíritu Santo, Río de Janeiro, entre 1927 y 1929. En 1932 hubo otra epidemia de fiebre amarilla rural en el Valle del Chanaan, en Espíritu Santo, en el que el Aedes quedó excluido como vector. Esta epidemia fue descrita en detalle por Soper y Penna en 1937, treinta años después de los trabajos de Roberto Franco, en Colombia.
En abril de 1935, el médico norteamericano, Fred Soper, en la Facultad de Medicina de Bogotá, reconoció que "el Dr. Franco nos ha dado realmente hace un cuarto de siglo, una excelente descripción de la fiebre amarilla selvática, adquirida en la selva y que él creía que era transmitida por un mosquito no doméstico cuyos hábitos describió".
La fiebre amarilla selvática se comprobó por primera vez en Colombia por examen histopatológico del hígado, en 1933, en el municipio de Caparrapí, en Cundinamarca. A partir de este año, se comenzaron a desarrollar estudios sistemáticos para conocer la epidemiología de la forma selvática de la enfermedad en Colombia, que permitieron aclarar su transmisión, diagnóstico, vigilancia, control y distribución geográfica, estudios que iniciaron en la Sección de Estudios Especiales que, en 1939, se convirtió en el Instituto Carlos Finlay, que, en 1960, se incorporó al Instituto Nacional de Salud (INS).
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).