En los años comprendidos entre 1820 y 1828, consigna el escritor, historiador y cronista del siglo XIX, el caucano José María Cordovez Moure, en sus Reminiscencias de Santafé de Bogotá, que se propagó en la capital de la nueva República, tras la Independencia, una particular epidemia conocida como Las Convulsiones, curioso fenómeno de carácter epidémico, que afectaba exclusivamente a mujeres jóvenes: “solo atacaba a las muchachas de quince a veintiún años, con la circunstancia agravante de que la enfermedad se recrudecía cuando entraba de visita en la casa algún joven”.
Agrega el escritor Cordovez Moure que, "tenía el mal otro síntoma en extremo alarmante para las madres, y era que la convulsión terminaba indefectiblemente cayendo la enferma en brazos del visitante". Según el cronista de la Santafé de Bogotá decimonónica, bastaba que los médicos pronunciaran ante la afectada de Las Convulsiones la palabra lavativa, tratamiento muy común en la época, "para que la enferma se tranquilizase y recuperara el sentido". Ratifica Cordovez Moure, el evidente componente social de la epidemia bogotana: "La epidemia tendía a descender de las clases superiores a las inferiores, de las señoritas a las criadas".
Al final del periodo epidémico, en el año 1828, un año antes de su muerte a los 27 años, cuando intentaba huir a Venezuela tras participar en la Conspiración Septembrina contra El Libertador, el joven escritor, dramaturgo y político bogotano Luis Vargas Tejada, estrenó su obra Las Convulsiones, su más famosa obra teatral en 13 escenas, una comedia, un sainete la denominó el mismo autor en la obra, que fue representada con gran éxito en Santafé de Bogotá en julio del 1928.
En el argumento aparece un falso estudiante de Medicina: Gervasio, que es primo de Crispina, planea con un amigo convertirlo en estudiante de Medicina para tratar las convulsiones fingidas y así abrirle las puertas a Gervasio ante su amada. El padre busca con el ama de casa mitigar la enfermedad usando la medicina popular a punta de emplastos, pócimas y exorcismos, ya que la costosa medicina de la época colocaba en peligro sus finanzas, no mostraba resultados y la hija empeoraba, si se le negaba algo o se le obligaba a trabajar, convulsionaba. Descubierta la farsa por el padre, Las Convulsiones de la hija son curadas con azotes, y el embustero tratado a bastonazos.
En la comedia, uno de sus personajes, describe con detalle el fenómeno epidémico que atacaba a las jovencitas santafereñas de su republicano tiempo: "las tales convulsiones van más feas cada día. Si vieras qué figuras, qué gestos, qué viajes, qué posturas, unas veces sin tiento y sin decoro, a los hombres embiste como un toro; otras, no me creerás lo que te digo, toca con las narices el ombligo y hasta ha llegado a dar en la simpleza de alzarse el camisón a la cabeza".
Desmayo femenino en brazos del amado, que no solo erotiza, apuntando a la posesión sensual de un cuerpo, sino a la reafirmación del ideal femenino del siglo XIX, que insistía en la vulnerabilidad física y sicológica de la mujer y mantenía la fortaleza del hombre, el joven escritor humanista colombiano, en pleno Romanticismo, hace en su comedia teatral Las Convulsiones, que se constituye en la obra colombiana más veces llevada a escena en la historia, una fuerte crítica a la educación, a la medicina y a las costumbres de la sociedad santafereña, llena de "jóvenes calaveras", que no querían hacer nada, al tiempo que documenta el interés por los estudios naturalistas y botánicos desarrollados por el médico sacerdote ilustrado José Celestino Mutis, al iniciar la República de Colombia.
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).