Entre los muiscas que, antes de la llegada de los europeos en el siglo XVI, habitaban los valles interandinos de clima frío y las tierras templadas de la Cordillera Oriental de los Andes colombianos, desde los páramos de Sumapaz, al sur, hasta el Chicamocha, al norte, territorio ubicado en los actuales departamentos de Cundinamarca, Boyacá y parte de Santander del sur, los conquistadores europeos, que subieron al altiplano andino desde el río Magdalena, encontraron una sociedad organizada, con una compleja organización política y religiosa y con una muy variada producción agrícola, autosuficiencia alimentaria, figuras médicas y un sistema de intercambio mediante ferias y mercados.
Cuentan los cronistas de la conquista, que, en la menarquia, la niña muisca era cubierta con mantas de algodón y obligada a permanecer seis días, en un rincón: "Cuando a la doncella le venía su mes la primera vez, le hacían estar sentada seis días en un rincón, tapada con una manta la cabeza y rostro, después se juntaban algunos indios... y puestos en dos hileras como en procesión, llevándola en medio, iban hasta un barrio donde se lavaba... y volviéndola a la casa, hacían las fiestas que solían de chicha", que nunca faltó en sus celebraciones.
Cuentan también que las embarazadas entre los muiscas le ofrecían cintillas y figuras votivas de oro y cobre, llamados tunjos, a una diosa, a Cuchaviva, que es representada en el Arco Iris, que era la deidad protectora de la maternidad y, también, de las calenturas entre los muiscas, o viajaban hasta Iza, cerca del templo del Sol de Sogamoso, a una roca donde había quedado marcada para siempre la huella de Bochica, el dios civilizador de los muiscas cuando, acabada su prometeica misión terrena, abandonó el territorio andino por el Oriente. Las mujeres embarazadas raspaban la última piedra que pisó Bochica, y el polvillo obtenido de la piedra y lo tomaban con agua.
Los muiscas no tuvieron parteras, ni los jeques ni los médicos sacerdotes, se metían en los asuntos relacionados con el parto. Cuando la mujer muisca sentía las primeras contracciones, se iba a tener su hijo cerca de un arroyo, río o laguna, de las que estaban rodeados por todas partes. El parto se realizaba estando la madre en cuclillas y solo en caso de alguna complicación se llamaba a otra mujer en su ayuda. Después del alumbramiento, se lavan madre e hijo con el agua fría y vuelven a la casa para continuar con el trabajo, según los cronistas, como si nada hubiera sucedido. Existía protección a la mujer embarazada en la sociedad muisca. Si la mujer moría durante el parto, el Código de Nemequeme establecía una indemnización del marido a la familia de la mujer. El viudo, no sólo perdía la mujer sino además la mitad de su hacienda. La sociedad muisca privilegiaba la maternidad como lo hacía la Mexica. Mujer muerta en el parto y hombre que moría en la guerra, dice el adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada: "se van derecho a descansar y holgar, aunque hayan sido malos y ruines", al haber muerto al darle un hijo "a la república".
Los muiscas creían que el embarazo gemelar se debía a un condenable exceso de lujuria de los padres y no le permitían vivir al segundo hijo que nacía, costumbre que es descrita cinco siglos después en los U´wa. Las relaciones sexuales en el puerperio estaban reglamentadas entre los muiscas: "Era ley inviolable no llegar el marido a la mujer hasta muchos días después de haber parido".
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).