A finales del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII, en el bisiesto año de 1700, el médico italiano Bernardino Ramazzini (1633-1714), famoso profesor de las universidades de Módena y Padua, conocido en la historia de la medicina como el "Padre de la Salud Ocupacional", sostenía que la peor enfermedad que existía en el mundo era la pobreza.
Ramazzini escribe su obra de madurez De Morbis Artificum Diatriba, en castellano, Sobre las Enfermedades de los Artesanos a que están expuestos por razón de sus profesiones especiales, que es considerado por los historiadores de la medicina como el primer tratado sistemático sobre higiene profesional, medicina laboral o salud ocupacional, el primer texto médico que le da importancia a la relación existente entre las enfermedades y los oficios, entre el trabajo y la vida, iniciando en Europa la Revolución Industrial.
El libro, que fue escrito en latín antiguo, fue editado en la ciudad de Módena en 1701. Ramazzini consigna en el capítulo XIV de su libro De las enfermedades de los cloaqueros, nombre de los limpiadores de letrinas o cloacas, el momento en el que el médico italiano se sintió impulsado a escribir este importante tratado sobre salud ocupacional, en el que se refiere a 41 oficios diversos, que van del limpiador de letrinas hasta el hombre de letras. En la segunda edición De Morbis Artificum Diatriba, que se publica en 1713, un año antes de su muerte, a los 81 años, en la ciudad de Padua, Bernardino Ramazzini le agrega 12 capítulos más sobre diferentes enfermedades producidas por el oficio que desempeñan los artesanos.
De esta manera, nos cuenta el médico italiano Bernardino Ramazzini en el capítulo XIV que lleva por título, De las enfermedades de los cloaqueros, cómo le surgió la idea de escribir su mencionada obra de medicina laboral:
"Me surgió la ocasión de redactar De Morbis artificum diatriba en esta ciudad (Módena) que, en proporción con su perímetro está bastante poblada y que, por consiguiente, tiene casas apiñadas y de considerable altura, es costumbre el que, cada tres años, en cada edificio se limpien las cloacas que recorren los barrios.
Como esta operación se llevara a cabo en mi casa, al ver a uno de estos obreros efectuar el trabajo en aquel antro de Caronte con gran ansiedad y presteza, compadeciéndome de una labor tan ímproba, le pregunté por qué trabajaba tan aprisa y no hacía su tarea con más calma para no acabar, debido al mucho trabajo, completamente agotado; entonces el desgraciado, alzando hasta mí su vista desde aquel antro, y mirándome fijamente, me dijo que nadie -a no ser que lo supiera por propia experiencia - podía imaginar cual era el precio que había que pagar por permanecer en semejante lugar más de cuatro horas: sería lo mismo que volverse ciego.
Después que salió de la cloaca, le examiné detenidamente los ojos y se los encontré bastante enrojecidos y nublados y, al preguntarle de nuevo qué remedio solían emplear los cloaqueros para aquella afección, él mismo -me dijo- que voy a emplear yo al instante: retirarse a casa, encerrarse en una habitación a oscuras y permanecer allí hasta el día siguiente, bañándome los ojos con agua tibia de cuando en cuando, con lo que encuentran algún alivio en su dolor.
De nuevo le pregunté si sentían algún ardor en la garganta o alguna dificultad en respirar, si les dolía la cabeza, si el olor irritaba su nariz o sentían náuseas. Nada de eso -me respondió-; la única parte dañada en este trabajo son los ojos y, si me empeñara en proseguir esta tarea más tiempo, pronto perdería la vista, como ha ocurrido a otros. Y así, me dijo adiós y, cubriéndose los ojos con las manos, se marchó a su casa".
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).