Es simple y fácil de demostrar con hechos recientes cómo el ser humano es más un mar de contradicciones y de desaciertos sociales y falta de gestión gubernamental, que de claridad y certeza general. Trataré de no ser sectario y no referirme personalmente a Putin o a Trump (los superamigos) y sus desfachatados desaciertos en contra del ser humano. El primero, mata ucranianos, como cazador de animales en África y, el segundo, casi de forma racista debilitó el Obamacare (Affordable Care Act), para dejar a unos 20 millones de estadounidenses sin atención prioritaria. Más bien, de nuevo prefiero anteponer la sensatez -de ser posible- y, la ciencia, para dar luces a esta eterna oscuridad humana, ideológica e intelectual, empleando la genética, la especie taxonómica y la radioactividad.
Hicimos un esfuerzo enorme para salvar vidas de la infección de Sars-CoV-2, casi como luchando en una guerra. De hecho Macron tildó al asunto así: “estamos en guerra”. Irónico también, ahora que a 2.000 km de Paris las bombas rusas matan ucranianos desarmados en Kiev, la guerra les pisa los cayos a los europeos y de paso a todo el mundo. La historia se repite; se dice que un pueblo que olvida su pasado lo repite. No sucedió así para Europa en todo el siglo XX, donde entonces repetir y olvidar es lo mismo, olvidando en el siglo XXI. La meca de la “civilización” occidental nos dejó la herencia de dos guerras mundiales y terribles guerras civiles en los Balcanes-Yugoslavos, España y Grecia, cual guerra civil colombiana.
Ahora, el “loco” de San Pertersburgo, asalta con un pretexto inexcusable a Ucrania. Es desalentador, además, cuando en Europa se hacen diferenciaciones con base en el origen y la nacionalidad, subdividiendo la especie humana. De otra parte, no fue lo mismo elegir entre un sirio o un ucraniano, que se resuelve como un asunto de color y de origen genético (magníficamente discutido en la DW alemana). No prevalece la preservación de la especie y su diversidad. El asunto es salvaguardar primero a los claros de ojos y piel: vimos por la misma DW en Polonia cuando africanos que estudiaban en Kiev fueron tratados mal, al llegar a este país. Ello demuestra que la importancia de la vida es primero un asunto de nacionalidad y color, no necesariamente un asunto altruista de preservar la especie.
De otra parte, en nuestro país, la decisión de ver sufrir o no a un ser humano pasa de ser personal a propiedad social o, incluso, de Estado, como sucedió recientemente con la eutanasia y luego con el aborto; temas que, de manera oportunista, usan algunos políticos en este momento en el país para ganar votantes, por estar a favor o en contra de ello: poco ético ese comportamiento. De nuevo, nadie habla de las madres y los sentimientos de mujeres violadas o sus carencias de recursos económicos. Hablamos de una defensa de la vida para enviar años después a muchachos a la guerra por ideología o, peor, para ser bombardeados inocentemente: chicos y sociedades abortadas. Qué defensa de la vida tan sectaria.
Algunos opinan como si tuviesen una enfermedad padecida durante años y otros defienden o atacan el aborto más por partido político e ideología que por conocimiento científico o económico. Por ejemplo, casi todos los países de la OCDE o desarrollados permiten el aborto (permitido bajo petición de cualquier mujer embarazada, ver mapa de CNN). Todos los países del primer mundo, menos Inglaterra y Finlandia, permiten el aborto, en donde solo se permite por motivos socioeconómicos. Solo 25 países del mundo impiden el aborto por cualquier motivo o razón (entre los que no estaba el nuestro), los restantes lo aceptan bajo ciertas circunstancias (por preservación de la vida de la madre, por preservación de la salud o por motivos económicos) o, como ahora en Colombia, está permitido a petición de cualquier mujer embarazada.
Antes de que se me tilde de promover o atacar el aborto, quiero decirles respetuosamente que como hombre creo tener muy poco que opinar, porque nunca sabré que es un dolor de parto, un triste aborto natural y menos una decisión que es de una pareja o una madre sola y no exclusiva de todo un país. Pero sí quiero dejar en claro que aprecio la triste valentía de una madre cabeza de familia sola que acepta traer su hijo en medio de dificultades económicas y abandonada por un padre que no ha asumido su rol, soportando incluso el señalamiento social; empero, también respeto y no desprecio, ni señalo socialmente, la triste decisión o contradicción de una mujer que decide renunciar a ser madre, por no querer ver a su bebé aguantar hambre o tener que llenar las favelas del mundo para que terminen en manos de manipuladores, de bandas, de mafias o de ejércitos de injustos dictadores, etc. También aplaudo las madres que se van en contra de sus familias adineradas y que no aceptan abortar por la vergüenza social, después de que el bruto cobarde las abandona o no reconoce su responsabilidad u obligación. Todos gestos respetables que no merecen discriminación.
Es cierto, por esto días asistimos a las contradicciones mundiales más grandes. Aun así, creo que las tales contradicciones en el fondo no existen, prevalecen, más bien, intereses estatales, de religión o etnia, como el bienestar de un país X, sobre los demás. Algunos en la Europa desarrollada hablan de la preocupación por seres humanos que padecen hambre y pobreza, bien, pero la mayoría en Europa no vive esto en carne propia (salvo por esto días los ucranianos); es cierto que los europeos inocentes sufrieron dos grandes guerras mundiales por irracionalidad y ambición de algunos, de acuerdo, pero para la mayoría hoy no es así. Eso contrasta, y fue muy grato verlo en pandemia en un acto admirable de inteligencia y relativo altruismo de países desarrollados o no, la aceptación y la utilización de las vacunas para salvar vidas, sin importar el status quo, origen, color o nacionalidad.
Por eso, es incomprensible ver, en medio de las enormes jornadas de vacunación, que EE. UU. y los países europeos salen corriendo de Afganistán para dejar a miles aguantando hambre en manos de genocidas Talibanes y Rusia, después de donar o vender la vacuna a otros, decide atacar a uno de sus más entrañables vecinos, inventándose dizque un absurdo pretexto de un neonacismo de unos cuantos ucranianos. Cierto o no, no es justificable matar a persona, niños y ancianos indefensos, desarmados, impidiendo el rescate humanitario, validando el genocidio, entre otras vulgaridades mentirosas. Se da uno cuenta de que algunos estadistas que hablan de salud y vida son auténticos embusteros y se contradicen a la vuelta de la esquina.
También se evidencia que políticos, presidentes, dirigentes y hasta dictadores emplean los términos salud y bienestar para manipular y poner a opinar a sus favorecedores y contradictores. ¿Con ese fin empleamos las vacunas recientes? Cuesta trabajo creerlo, pero los escándalos en estos meses lo evidencian. Sigue prevaleciendo la guerra sobre sanar ante la enfermedad y eso fue claro en estos últimos meses. De nuevo las opiniones inteligentes del mundo aciertan a decir que el mundo invierte más sus ganancias en fabricar armas y en comerciarlas que en trabajar por el desarrollo económico de los países y el bienestar de cada terrícola. Guardamos más de dos mil ojivas nucleares que acabarían con este pobre planeta en minutos, llenando toda la Tierra de radiactividad por más de 5.000 años. No solo acabaría, eso sí, con toda la estúpida ambición humana, sino también eliminaría cientos de otras especies, que, si sobreviven, serán auténticos mutantes o los zombis de las películas que nos encanta ver.
Hace unos meses, mi grupo de investigación decidió entrar a colaborar en una investigación de la doctora Monsalve sobre una enfermedad terrible llamada holoprosencefalia, en la que los niños pueden nacer con deformidades corporales, con un solo ojo o sin ellos. Pueden carecer de intelecto o padecer retraso mental, llegando a identificarse con niños aparentemente normales. La definición de esta enfermedad aún presenta muchas fallas de denominación o clasificación por desconocimiento, que afortunadamente la genética y la genómica ha comenzado a aclarar. Diríamos que podemos hacer un paralelo con otro nombre de otra enfermedad con muchas variantes y que, por imprecisión, recibe el mismo nombre genérico en todos los casos: cáncer. El caso es que muchas madres reciben la tremenda sorpresa de dar a luz estos bebés, que en algunos casos vivirán horas, días o solo meses, mientras que otros afortunados podrán llegar quizás a la niñez o la juventud, como máximo, con mucha dificultad. Muchas madres, por la falta de recursos tecnológicos y económicos, no recibirán ni información ni ayuda para hacer digna la vida de un bebé holoprosencefálico y entre las pocas madres que sabrán que su bebé lo será, en los países desarrollados, seguramente algunas tomarán la decisión de no traerlo al planeta.
Lo triste del asunto es que de llegar a accionarse el botón de alguna de las más de dos mil ojivas nucleares que están debajo de todas nuestras camas, las madres humanas que lleguen a concebir un bebé en medio de un mundo lleno de radioactividad traerán a la vida posiblemente miles de bebés holoprosencefalicos; un degeneramiento genético llevaría al punto de no concebir bebés normales y que cientos de millones de seres humanos fueran estériles, deformes, con muchos problemas neurológicos o sin intelectualidad, por la excesiva contaminación radiactiva. Nada sería comestible por la descomunal radiactividad, la mayoría de madres abortarían, porque sí o porque no, por no querer tener un bebé deforme o que morirá meses después, y a las pocas que quizás desearan la vida de su bebé les sobrevendría un aborto natural. Dantesco, cierto, pero a eso estamos jugando con tal arsenal.
¿De qué vida habla el ser humano?, ¿de cuál salud y preservación de ella nos jactamos administradores hospitalarios, enfermeras, médicos y científicos de la salud? Estamos acostados sobre un polvorín radiactivo que acabaría con los pocos hermosos paisajes que quedan, los que todavía no se ha carcomido el calentamiento global. Destruiríamos toda nuestra genética y los ochenta mil años de evolución que nos han permitido inventar la rueda, las ecuaciones, las bellas obras musicales y pictóricas de Mozart y Van Gogh. La locura de accionar todo ese arsenal no tiene sentido, que se siga guardando no tiene ninguna excusa por parte de ningún país del mundo, si es que hablamos de sensatez. Todos sabemos que tirar la primera sería la catástrofe para todos, enviando toda la inteligencia humana, la ciencia, la tecnología, la economía, los capitalismos, socialismos y comunismos a la mismísima basura. Si la locura humana nos lleva a semejante irracionalidad, entonces diría que prefiero el nadaísmo optimista de Gonzalo Arango, que todo lo criticaba por falta de autenticidad, pero que lo único que deseaba era esperanza para todos. Yo no creo ser más optimistas que los ultraoptimistas, pero, si llegan a accionar ese arsenal, la esperanza de un mundo distinto lo enviaremos al producto del intestino grueso.
Mauricio Corredor Rodríguez
Biólogo de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá; magíster en Ingeniería enzimática, bioconversión, microbiología, Universidad de Tecnología de Compiègne, Francia; PhD en Genética Molecular de la Universidad de París XI - Sud, Francia; postdoctorado en Biología Molecular de la Universidad de Montreal, Canadá; líder del grupo de investigación en Genética y Bioquímica de Microorganismos, GEBIOMIC-UdeA. Profesor de planta del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia, Medellín.