En el 2009, la OMS publicó el documento Preparación y respuesta ante una pandemia de influenza; ello efecto de la inesperada aparición de H1N1, la nula preparación y la falta de herramientas médicas efectivas para tratar a toda la población mundial (7,5 mil millones para ese año), ya sea con un medicamento o una vacuna. En cada país murieron cientos de personas, especialmente en México y EEUU. Esa alerta, ya hace 12 años, lo que logró fue el poco apoyo de la mayoría de los gobiernos, siendo considerada, por algunos, inútil y hasta exagerada. La misma OMS quedó en entredicho en esa época. Una comisión actual de la OMS para la prevención de pandemias surge también efecto de esta pandemia, tal vez con un mejor enfoque y un efectivo sistema de alertas global. Sobre su credibilidad no hay nada que dudar: si volvemos a repetir los mismos tontos errores, después de dos pandemias en 10 años y con el problema en las narices, entonces apague y vámonos.
El SARS-CoV-2 no será el último virus y Yersinia pestis tampoco será la última bacteria. A la pregunta de por qué llegamos a esta última pandemia, muchos tendrán dos respuestas cómodas: los chinos responderán que fue Occidente la que exportó el virus y los países de Occidente responderán que fue China que lo dejó salir. Así, chinos y occidentales quedarán contentos con sus respetivos gobiernos, a una respuesta que no satisface la verdadera razón de por qué llegó la pandemia. ¿Por qué pasamos por estos tremendos 24 meses? Mi respuesta sería que nunca hemos estado listos para afrontar una pandemia, ni desde la recordada en la Edad Media causada por la bacteria Yersinia pestis (Peste Negra), cuando no teníamos las herramientas médicas, ni ahora en el siglo XXI tecnológico, cuando muchos siguen pensando exactamente como en la Edad Media. Sin embargo, para realmente mejorar la calidad en la prestación de servicios de salud, se deberán poner de lado intereses particulares, ante generales, y nuevos medicamentos deberán surgir, para así lograr mayor adherencia terapéutica y desvirtuar las suspicacias sobre los fármacos existentes.
Hemos confiado en los medicamentos a ojo cerrado y las evaluaciones y estrategias tenidas hasta la fecha han sido simplistas: un medicamento para cada patógeno, no para cada paciente. Nuestra medicina, nuestra farmacia y nuestro conocimiento biológico de los patógenos aún adolecen de suficientes maniobras para ofrecer soluciones “efectivas” y “rápidas”. Esas serán las dos palabras a tener en cuenta a futuro por una comisión mundial contra pandemias y deberán estar en sus eslóganes y ser la base de su filosofía: atención efectiva y rápida. Consuela saber que vamos hacia el objetivo de generar programas de gestión específica y una disposición presupuestaria para la atención de futuras pandemias, aun cuando, en esta pandemia murieron diez veces menos personas que en la Edad Media con la Peste Negra y cinco veces menos personas que en la pandemia de la gripa española, pero, a pesar de los consuelos, en estos 24 meses murió lo correspondiente toda la población de un país como Finlandia.
Gracias a nuestros sistemas efectivos de vigilancia epidemiológica, tenidos a la mano, en estos últimos meses hemos descubierto más de seis variantes de SARS-CoV-2, una nueva variante de VIH y dos nuevas bacterias patógenas, Nocardia gipuzkoensis y Nocardia barduliensis, entre otras. Estas dos últimas especies bacterianas fueron identificadas por el servicio de salud del País Vasco, siendo aisladas de pacientes del Hospital Universitario de Donostia en esta región de España. En este esfuerzo de identificación, aislamiento y caracterización de estas dos nuevas especies intervinieron equipos de investigación de países como Alemania, Gran Bretaña y Chile; lo que demuestra, también, que en Latinoamérica podemos hacer investigación de punta en temas de protección y mantenimiento de la salud. En ese caso, Chile está un poco más cerca de las mieles del desarrollo, cosa muy distinta para nuestro país, donde no se destina un fondo presupuestario mínimamente aceptable para estar en las grandes ligas de países de la OCDE.
La patogenicidad no es exclusividad de virus o bacterias, también hongos y parásitos son responsables de ese desafortunado rol. Estos cuatro entes biológicos son un problema de salud global, siendo vistos, en el contexto biológico, como naturales (correcto) y, cuando nos conviene, como patógenos (algo tendencioso). Cuando logremos entender bien sus maquinarias genéticas, bioquímicas y fisiológicas, fuera y dentro de nuestro cuerpo, tendremos a mano nuevas estrategias para controlarlos, sean patógenos o no (oportunistas) o ya sea que se vayan a convertir en patógenos (emergentes). La eliminación total de ellos no es el propósito, pues luchar contra más de tres mil millones de años de evolución bacteriana no serán fácilmente vencible con los más de 80 años del uso de la tecnología de los antibióticos.
Por lo tanto, seguirá siendo necesario y urgente tener nuevas ideas de medicamentos y nuevas estrategias para combatir patógenos y, así, poner a raya enfermedades que desde hace mucho tiempo debieron desaparecer. Cientos de médicos en el mundo se enfrentan a patógenos que desconocen, para los que se administran medicamentos sin conocer a ciencia cierta el causante o responsable. Dolores de cabeza, sinusitis, inflamaciones de garganta, problemas respiratorios, daños estomacales e intestinales o dolores en articulaciones pueden ser causados por patógenos diferentes, virales o bacterianos. A veces damos en el clavo, por suerte, coincidiendo la etiología con la causa y, además, contando con el medicamento a la mano. Sin embargo, muchas veces muere el paciente y tales causas quedan olvidadas y, a veces, ni una muestra del paciente será guardada. Muchas veces no hacemos investigación histórica de las causas de muerte -eso que lo hagan los forenses-, si es que se tienen. Incluso, en un sinnúmero de poblaciones no hay tales legos. Más difícil aún, muchas regiones del mundo carecen de los elementos necesarios para almacenar las muestras y no cuentan siquiera con el personal formado para hacerlo.
Si bien los medicamentos algunas veces funcionan en muchos pacientes, también podemos decir que no existe nada cien por ciento efectivo contra todos los patógenos o sus dolencias en todos los pacientes. Algunos medicamentos, sabemos hoy, son más paliativos que verdaderos sanadores, pero pensar que quienes los administran, con la única esperanza de que sus pacientes sobrevivan, en el fondo lo hacen para hacer daño es muy tendencioso y destructor del esfuerzo humano. Todos sabemos lo terrible que es un hospital y lo triste que es tener que llegar a él; sin embargo, no tenemos otros medios diferentes para sanar a miles, o para recibir cientos de bebes. Muchas regiones en el mundo, ni hospitales tienen, incluso en países desarrollados. Recuerdo, también, que mis padres contaban que en su juventud los médicos llegaban a sus casas, pero ese bello hábito no sé por qué murió.
Recientemente, en esa perspectiva de buscar nuevas alternativas contra bacterias patógenas, el concepto de antibiótico cambió de enfoque, en el desarrollo de una nueva molécula, en el instituto Wistar de la Universidad de Pensilvania. Es el concepto de antibióticos de acción dual (DAIA, por sus siglas en inglés). El instituto Wistar fue el pionero en el desarrollo de vacunas contra la rubeola, la rabia y el rotavirus. Farokh Dotiwala, coautor y profesor asistente en el Centro de Vacunas e Inmunoterapia, informó que lograron una doble efectividad en el tratamiento, estimulando el sistema inmune del paciente, logrando que la bacteria fuera combatida rápidamente, impidiendo que ella desarrollara resistencia. El nuevo antibiótico se centró en vías metabólicas esenciales bacterianas, no compartidas con humanos. De esta forma, la terapia, no entra en conflicto fisiológico con el paciente.
Seguiremos investigando, y no nos quedaremos cruzados de brazos, en medio de la muerte de pacientes y críticas. Los múltiples esfuerzos requerirán un trabajo mancomunado frente al reto de encontrar cada vez mejores medicamentos y terapias, más efectivas y rápidas para sanar, con menos consecuencias indeseables posteriores. Médicos, científicos y gobiernos logran, a veces, generar confianza en su país o región dado los buenos resultados. El problema hoy en día es que quien no conoce los temas ya se autodeclara experto y es capaz de generar desinformación con intereses propios, no con fines de salvar a sus congéneres, haciendo prevalecer idealismo sobre salud. Escuché esta semana en una importante cadena de radio colombiana que su locutor se refería al doctor Anthony Fauci, director del NIAID de EE. UU., como si personificara al mismísimo diablo. Cuestionable, una emisora y un locutor de una reconocida cadena nacional con ideas de la Edad Media, destruyendo la pobre inteligencia nacional y alienando con superchería, sin soporte teórico ni pedagógico.
Nuestro país no sale de ese ostrasismo ideológico o del destierro de indeseables (de elegidos o priviligiados), lo que no lo deja progresar como Nación. Se prefiere profundizar en supersticiones y vacíos, en los que los políticos y organizaciones económicas poderosas hacen su trabajo de opinión (su óstrakon), previo a las elecciones, para seguir cortando la tajada y continuar recibiendo el favor del gobierno de turno, en medio de cierres de 18 EPS, en medio de negociar votos por vacunas contra la aftosa, en medio de promesas eternas incumplidas en planes de desarrollo de los que se ufanan con fines politiqueros particulares y nunca con indicadores de satisfacción social. Acabar el hambre y la pobreza por decreto no es desarrollo, es politiquería populista.
En una sociedad como la nuestra, la soberanía alimentaria, educativa, farmacéutica y científica siempre estarán en oferta al mejor postor. Opino que en nuestro país muchos no entienden qué es soberanía, creyéndola mera cuestión política, la que está muy por debajo del nacionalismo, y que carece de dignidad. Por no entender en qué consiste nuestra soberanía, en el país y sus instituciones, hemos navegado entre el idealismo Kantiano y el materialismo Marxiano, apostándole a asuntos de fanatismos, dejando siempre de lado la solución eterna de nuestros reales problemas. Siendo sensatos, nuestra soberanía económica se fundamenta en la devaluación de nuestra moneda año tras año. Tan precario es nuestro entendimiento de nuestra soberanía que en 200 años perdimos el 65 % de nuestro territorio nacional, por estar matándonos entre nosotros. No hace más de 10 años perdimos una vasta porción de mar con Nicaragua, en manos de un gobierno autoconsiderado el mejor de los últimos años. Por no entender qué es soberanía perdemos tierras, mares y hasta muchas EPS, como jugando a las cartas. De seguir así, seguiremos jugando a perder nuestra soberanía otros dos siglos más.
Mauricio Corredor Rodríguez
Biólogo de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá; magíster en Ingeniería enzimática, bioconversión, microbiología, Universidad de Tecnología de Compiègne, Francia; PhD en Genética Molecular de la Universidad de París XI - Sud, Francia; postdoctorado en Biología Molecular de la Universidad de Montreal, Canadá; líder del grupo de investigación en Genética y Bioquímica de Microorganismos, GEBIOMIC-UdeA. Profesor de planta del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia, Medellín.