La Orden de Nuestra Señora de Belén u Orden Betlemita fue una de las pocas congregaciones religiosas que no vino de Europa, ya que nació como una hermandad en América, en el altiplano central de Guatemala, en la ciudad conocida hoy como la Antigua Guatemala, en lo que fuera la Capitanía General de Guatemala, a mitad del barroco siglo XVII.
En las Constituciones Betlemitas, con las que se gobierna la orden, se consigna que los frailes de Nuestra Señora de Belén debían usar los cabellos cortos y la barba mediana; por eso los Betlemitas se dejaban crecer la barba a medio pecho, como la tenía su fundador Pedro de Betancourt y, por eso, fueron llamados monjes "barbones", pues era "la única religión que traía la barba larga y crecida". Al ordenarse, los cinco votos para ingresar a la orden eran el de pobreza, el de castidad, el de obediencia, el de hospitalidad y el de la perseverancia.
Su fundador, quien había tomado el hábito de la tercera orden franciscana, hoy, San Pedro de San José Betancourt, fue un fraile canario, nacido en la isla de Tenerife, que, a mitad del siglo XVII, en 1651, arribó a la capitanía General de Guatemala, donde logró fundar un pequeño hospital en el barrio de la Santa Cruz, en la ciudad de la Antigua en Guatemala.
En 1658 se sientan las bases de la congregación hospitalaria, que se coloca bajo la advocación de Santa María de Belén (Nuestra Señora de Belén), buscando una alternativa para el cuidado de enfermos que combinan con la atención educativa a menores de escasos recursos y con la misión pastoral dirigida a todos los grupos sociales. La Compañía de los Hermanos Betlemitas de los Hospitales de los Pobres Convalecientes en las Indias Occidentales fue el primer nombre de la congregación.
Desde su inicio, los betlemitas tuvieron la idea de fundar hospitales para los convalecientes, enfermos que les daban salida de los hospitales, pero aún no se recuperaban y que, "estando en riesgo de recaer, necesitaban de su socorro", especificaban sus constituciones que "indios y negros se han de poner en enfermerías separadas". De esta manera evitaron entrar en competencia con la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, que desde principios del siglo XVII administraba los hospitales americanos. Los betlemitas recibían a sus enfermos convalecientes de los demás hospitales o de sus casas.
Conocido como el hermano Pedro, su fundador, murió en 1667. Al morir, la congregación monástica y hospitalaria no era rentable a partir de la limosna como única fuente para financiar sus actividades. La organización, consolidación y expansión de la Orden estuvo a cargo del sucesor del fundador, el terciario Fray Rodrigo de la Cruz, quien al redactar sus constituciones, le imprimió una nueva mentalidad a la orden; la antigua hermandad fue reconocida, por el Papa Inocencio XI, como congregación regular en 1687 y adoptó la regla de San Agustín, como lo hicieron los Hospitalarios de San Juan de Dios, planteando una paulatina disminución de la financiación mediante limosnas a cambio de la inversión en la economía de la Orden, que siempre buscó quitarse de encima el control fiscal y obtener el pleno reconocimiento de su capacidad para adquirir, administrar y enajenar sus bienes.
Fray Rodrigo de la Cruz, quien gobernó los primeros 49 años de la congregación betlemita, tuvo largos litigios tanto en Roma como en el Consejo de Indias para modificar los estatutos de la orden. Su aval, la buena atención que prestaban a los enfermos convalecientes, su espíritu caritativo, la labor educativa que realizaban con los párvulos y la rígida disciplina al interior del joven instituto, se destacaban, cuando, a lo largo del continente, otras órdenes eran acusadas de malversación, venta de medicinas de los enfermos, escándalos sexuales y corrupción.
En 1721 fue expedida una real cédula del monarca borbón Felipe V, que concedió a los betlemitas plena libertad para adquirir los bienes, rentas y limosnas que fueran necesarios para sostenerse, liberando de contribuciones tanto las rentas como las haciendas pertenecientes a sus hospitales.
Alejarse del voto de pobreza les permitió a los hermanos betlemitas su inserción de lleno en la economía colonial con una mentalidad empresarial, que era extraña a las órdenes mendicantes y a su voto de pobreza. Admitir rentas fijas y adquirir bienes alejó poco a poco a los betlemitas de la caridad y de la pobreza que pregonaban en sus votos.
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).