El terremoto de Lisboa, ocurrido el primero de noviembre de 1775, se sintió entre las 9 y media y las 9 y 40 de la mañana, duró entre 3 y medio y 6 eternos y pavorosos minutos, en una mañana festiva católica nacional en Portugal, en la que se celebraba el Día de Todos los Santos. Se trató de un movimiento sísmico devastador de gran intensidad y duración, que se calcula entre los 8.7 y 9 grados, evento sísmico que se conoce como el Gran Terremoto de Lisboa, que produjo gigantescas grietas de hasta cinco metros de ancho que se abrieron en el centro de Lisboa, movimiento telúrico que fue seguido de tres tsunamis y de varios incendios que arrasaron la capital más occidental y atlántica de Europa, situada en la desembocadura del rio Tajo, y quebraron la economía portuguesa.

Fue un evento telúrico que marcó la historia, porque impulsó un nuevo movimiento filosófico y científico dentro de la sociedad occidental del ilustrado siglo XVIII, sobre la naturaleza de los desastres, en especial de los terremotos, abordándolos científicamente, por primera vez, lo que modificó en el mundo la inmemorial creencia, sostenida por la Iglesia, de que, como las pestes, todas las catástrofes eran debidas al castigo divino por la falta de fe, la impiedad y el relajado comportamiento de sus habitantes.
Olas formidables desbastaron las costas de España, Portugal y el norte del África, sumergiendo ciudades y causando una gran desolación entre los supervivientes. Se calcula que el desastre natural causó entre 60.000 y 100.000 muertos. De la población de Lisboa, de 275.000 habitantes, cerca de 90.000 personas murieron. El sismo se sintió en distintas ciudades de la Península Ibérica, sobre todo las del sur, como Cádiz y Lepe; en Ayamonte, provincia de Huelva, en España, murieron más de 1.000 personas, y se registraron víctimas y daños en toda la península ibérica donde el movimiento sísmico fue de más violencia, causando por lo tanto más víctimas y mayores daños materiales.
Los supervivientes que estaban en los muelles del puerto de Lisboa, horrorizados vieron, además de los edificios caídos y los incendios, que el agua del mar empezaba a retroceder kilómetros del puerto dejando ver naufragios en el fondo marino. Solo 40 minutos después del terremoto, tres olas gigantes entre los 6 y los 20 metros de altura engulleron el puerto y la zona centro de Lisboa, subiendo el tsunami y su efecto devastador aguas arriba, por el curso de río Tajo.
En las áreas que no fueron afectadas por el tsunami, los incendios que surgieron inmediatamente tras el terremoto, que fueron iniciados en su mayor parte por las velas y los cirios encendidos en recuerdo a los fieles difuntos, que estaban enterrados en las iglesias, que celebraban su día, las incendiaron y las llamas asolaron la ciudad durante cinco largos días, acabando con lo que no había acabado el movimiento telúrico, los criminales que quedaron libres y el posterior tsunami.
Otras 10.000 personas murieron en Marruecos en la costa africana y la ciudad de Argel quedó casi destruida. El terremoto, con menor intensidad, se sintió en las Azores, en las nórdicas Noruega, Suecia y Groenlandia, en el Reino Unido y en Irlanda. Sus efectos se extendieron al otro lado del atlántico llegando el tsunami a las americanas Antillas.
El gran sismo de Lisboa se relacionó con el fin del mundo, con el milenarismo y con el Sexto Sello, del que habla el Apocalipsis (6:12) de San Juan, que nombra un gran terremoto como parte del Juicio Final. Su epicentro se situó en el Océano Atlántico entre Lisboa y las islas Azores, se calcula, a unos 300 kilómetros de la capital portuguesa. En la historia humana se convirtió en el primer terremoto cuyos efectos sobre un área grande fueron registrados, comparados y sus efectos estudiados científicamente, por lo que el Gran Terremoto de Lisboa sentó las bases de la moderna sismología.
El Gran Terremoto de Lisboa, que como vimos no fue solo de Lisboa, fue de gran impacto en la sociedad y en los filósofos de su ilustrado tiempo, como Voltaire, Kant y Rousseau que escribieron sobre el desastre. "De todas las capitales, esta era la que más se asemejaba a la ciudad de Dios en la tierra, parecía el último lugar en donde se iba a desatar la ira divina", escribe Nicholas Shrady, quien sostiene que, irónicamente, en el terremoto de Lisboa "los burdeles resistieron y las iglesias se derrumbaron". La explicación del castigo de Dios cayó en desuso ante los movimientos de la corteza terrestre.

Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).