El curandero Miguel Perdomo Neira y el médico Antonio Vargas Reyes

Abel Fernando Martínez Martín | 20/08/2018 - 22:16 | Compartir:

Un caso que revela la rivalidad entre médicos universitarios y curanderos, sucedido en la segunda mitad del siglo XIX en Bogotá, viéndose implicados el doctor Antonio Vargas Reyes, formado en la mentalidad anatomo-clínica francesa, los estudiantes de la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional, de la que fue primer decano, y el famoso curandero caucano Miguel Perdomo Neira, de enorme popularidad, de quien muchas poblaciones "disputaban el honor de haberlo visto nacer".

El curandero Miguel Perdomo Neira y el médico Antonio Vargas Reyes
El famoso libro de David Sowell La historia del curandero Miguel Perdomo Neira. Medicina, ideología y poder en los Andes, en el siglo XIX, con la foto del taumaturgo y grabado del doctor Antonio Vargas Reyes, aparecido en el Papel Periódico Ilustrado.

Enlistado en las tropas conservadoras en la guerra de 1859-1863, que se desarrolló en el gobierno del conservador Mariano Ospina Rodríguez, a causa de las reformas y la reacción de los liberales liderados por Tomás Cipriano de Mosquera, quienes derrotaron a los conservadores. Terminada la contienda, Perdomo se internó varios años en las selvas de Caquetá escapando de los vencedores. Ahí conoce el manejo y las propiedades medicinales de las plantas que utilizan las tribus "salvajes" del Caquetá, y aprende a efectuar operaciones quirúrgicas "sin que los pacientes experimentaran dolor y sin que de las venas y arterias cortadas saliera sangre". Perdomo Neira llegó a Manizales en 1871, en medio de una numerosa cabalgata y una multitud que le gritaba al taumaturgo: "¡Viva el benefactor de la humanidad!". Hizo consultas y cirugías varios días mientras se hacían inmensas filas de enfermos. Perdomo descalificaba a los médicos graduados y pedía a los ciudadanos que se alejaran de ellos. La prensa publicaba los 'milagros' de Perdomo y llamaba a los médicos a que fueran donde Perdomo y aprendieran los secretos de los que era poseedor, antes de que los médicos europeos se aprovecharan; se decía que las facultades de medicina de París y Londres "lo llamaban con empeño". José María Cordovez Moure fue testigo de la llegada de Perdomo a Bogotá, el 29 de abril de 1872, y cuenta, en las Reminiscencias de Santa Fe de Bogotá, cómo arribó rodeado de una gran cabalgata de "orejones" y trastornó a la sociedad. Trataba cientos de personas, se enfrentaba a los profesores de Medicina de la Universidad Nacional, los insultaba. Los médicos "no se atrevían a salir a la calle por temor a los ultrajes de que eran víctimas". En el hospital accedieron a prestarle las enfermerías para que presentara a los profesores "los procedimientos maravillosos que habían llamado tanto la atención, sin que esto implicara la exigencia de que revelara los secretos terapéuticos". Perdomo evadió el compromiso aduciendo que estaba muy ocupado pues tenía 2.318 pacientes a su cargo, a los cuales operó y recetó gratis en nueve días. Perdomo con solo mirar al enfermo y preguntarle de que padecía, apenas respondía, en escasos segundos, recetaba el tratamiento, que consistía en escoger uno de los cuatro bebedizos que había preparado en abundancia: La Chispa Eléctrica, El Toro, El Trueno y El Calmante

Los seguidores de Perdomo encontraron al campesino Tomás Sabogal, que tenía, de nacimiento, un gran tumor en el hombro y exhortaron al curandero para que lo operara. El 11 de mayo un periódico partidario de Perdomo publicó: "Aquí está ya el hombre respecto al cual aseguran los médicos que morirá si le cortan el gran tumor que tiene; pronto se le hará la tan temida operación, ya veremos qué dirán entonces los incrédulos". La multitud que se agolpaba, gritaba: "¡Viva Perdomo!", "¡Viva Sabogal!", "¡Abajo los médicos!", "¡Abajo el hospital!". Anunciaron al público desde el balcón el inicio de la operación, segundos después apareció Perdomo en otro balcón "conduciendo abrazado a Sabogal, pálido como un cadáver", grita: "¡Véanlo!". La calle llegó a su clímax cuando salió un hombre que portaba, colgado de una asta, el tumor extraído a Sabogal y gritaba "¡Vamos a mostrarlo a los médicos!". La multitud se dirigió a la Plaza de Bolívar gritando "¡Viva Perdomo!", "¡Mueran los médicos!". Al pasar por Santo Domingo, la multitud se detuvo frente a la botica de Vargas Reyes, que estaba en la puerta. Quien cargaba la masa tumoral, preguntó al conocido médico: "Que le parece?", este respondió: "Buena operación, si vive el paciente".

El paciente murió. Perdomo y sus compinches sostuvieron que un sirviente de Vargas Reyes lo había acuchillado para quitarle prestigio y que la prueba era que la tarde del día anterior Vargas Reyes había asegurado que "¡moriría!". Multitudes enfurecidas se dirigieron a la casa de Vargas Reyes, a quien casi linchan. De allí, la turba se dirigió al Hospital en donde los estudiantes de Medicina tuvieron que defenderse "con revólver en mano". Las autoridades ordenaron realizar la autopsia de Sabogal, que demostró que "la muerte tuvo por única causa la hemorragia producida al operarle, sin ninguna precaución ni previo ligamento, la arteria humeral y varias venas que alimentaban el tumor". Perdomo había sido invitado a la autopsia, pero no apareció y al día siguiente hizo fijar un impreso en las paredes de Bogotá, en el cual informaba al pueblo y a las autoridades que Vargas Reyes había hecho armar a los estudiantes con el objeto de asesinarlo cuando entrara al hospital y que por eso no había ido. Se dirigió a Venezuela luego, viajando a Bolivia, lo sorprendió la muerte el 31 de diciembre de 1874, en Guayaquil. Vargas Reyes, "viendo el aparente triunfo de la ignorancia sobre el conocimiento científico y profundamente deprimido por lo acaecido", tomó la decisión de irse a vivir a Francia.

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Abel Fernando Martínez Martín

Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).

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