En su Diario de Observaciones, el médico, cirujano y sacerdote ilustrado, José Celestino Mutis, afirma que "en Tunja se quitan los cotos", palabra para unos de origen latino y para otros quechua, que se refiere a la hipertrofia de la glándula tiroides, enfermedad que era muy común desde la antigüedad y que está reseñada en los pueblos montañosos a lo largo y ancho del Viejo Mundo. Consigna el ilustrado Mutis sobre la colonial ciudad que considera "un balneario seco" para curarse de los cotos, un "lugar muy propio, según decían para quitar esta enfermedad". Los cotos, que fueron muy frecuentes en tiempos coloniales y republicanos, afectaban sobre todo a los habitantes andinos del Nuevo Reino de Granada y del Virreinato del Perú.
En el siglo XVIII, el misionero y cronista franciscano fray Juan de Santa Gertrudis en sus Maravillas de la Naturaleza, escribe: "Desde Honda hasta la Playa, padece la gente, mayormente las mujeres criando, unas papadas en el cuello, dos, tres, cuatro también, que llaman cotos" y, refiriéndose a una mulata, escribe que sus cotos los adornaba: "tiene cuatro cotos disformes. Pero como es rica, los lleva todos ataviados de gargantillas de oro muy grandes". El alemán Alexander Humboldt agrega a las gargantillas y cadenas que se cuelgan los cotudos estampas de santos, y escribe: "Los habitantes son también (especialmente, la raza blanca y los mestizos) excepcionalmente pálidos, muchas llagas, heridas y cotos, no sólo en cantidad desmesurada (seguramente 80 cotos entre 100 personas), sino deformantemente grandes como no he visto". Al naturalista Humboldt le sorprende que "desde el punto de vista fisiológico es que entre los indios el coto sea raro y casi desconocido, y es más raro entre los negros". También escribieron sobre los cotos el prócer Francisco José de Caldas y el discípulo de José Celestino Mutis, el médico Vicente Gil Tejada.
El médico, político, prócer y literato José Fernández Madrid, escribió en 1810, que la enfermedad de los cotos: "Se propaga y ceba con particularidad en los conventos de monjas". Entre 1827 y 1830, el químico francés Jean-Baptiste Boussingault, relaciona el coto con el consumo de la sal: "los cotudos dejan de serlo al permanecer algunos meses en la provincia de Antioquia en donde no se consume sino sal yodífera". Agrega el investigador francés traído por Francisco de Paula Santander, que: "El coto desaparecerá de la Nueva Granada si las autoridades tomaran medidas para establecer… depósitos de sales yodíferas en las que los habitantes pudieran surtirse de la sal necesaria".
A mediados del siglo XIX, en su Peregrinación de Alpha, Manuel Ancizar, escribe sobre la "propagación alarmante" de los cotos, llamando el liberal Manuel Ancízar al coto, por su abundancia en el país, el "Apéndice Nacional". En su visita al municipio santandereano de Onzaga, trabajando para la Comisión Corográfica, a mediados del siglo XIX, no sólo encuentra "buenos cotos" sino, además, en religiosa armonía con la cotuda realidad, halla una estatua de una santa que, como todos, también era cotuda, que encontró expuesta en el Altar Mayor de la Iglesia del municipio de Onzaga, en la Provincia de Guanentá en el sur de Santander.
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).