No hay duda de que Don Miguel de Cervantes Saavedra, debido a que su padre fue cirujano-barbero, tenía sus libros y conocía las virtudes medicinales de numerosas plantas disponibles en los herbolarios de su época, así como que leía los libros de caballería:
“-Todo eso fuera bien excusado -responde don Quijote en el capítulo XII- si a mí se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabrás; que con sola una gota se ahorrarán tiempo y medicinas […] bálsamo de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna... cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo (como muchas veces suele acontecer), bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo […] luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo… y verásme quedar más sano que una manzana”.
Cuando el famoso médico inglés del siglo XVII Thomas Sydenham fue preguntado por su discípulo Richard Blackmore sobre un libro modelo para un estudiante de medicina, éste le respondió: "lee El Quijote".
En el capítulo XVII de El Quijote, Cervantes continúa con la historia del bálsamo de Fierabrás, medicamento al margen de la terapéutica médica, que pertenece a los remedios mágicos de la literatura caballeresca medieval.
"Sancho, si puedes, y llama al alcaide desta fortaleza, y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el salutífero bálsamo; que en verdad que creo que lo he bien menester ahora, porque se me va mucha sangre de la herida [...] Levantóse Sancho con harto dolor de sus huesos, y fue a escuras donde estaba el ventero […] le dijo: -Señor […] hacednos merced y beneficio de darnos un poco de romero, aceite, sal y vino, que es menester para curar uno de los mejores caballeros andantes que hay en la tierra, el cual yace en aquella cama, malferid".
En la Historia Caballeresca de Carlomagno, Fier-a-bras, que traduce “el del brazo feroz”, fue un gigante sarraceno, hijo del almirante Balán, que conquistó y saqueó Roma, que andaba en su caballo con dos barriles que contenían los restos de los perfumes, resinas, especias y aceites que había robado en Jerusalén, ya que habían servido para embalsamar a Jesucristo y en ello se basaba su legendario poder curativo.
"En resolución, él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echallo, y como no la hubo en la venta, se resolvió de ponello en una alcuza o aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo grata donación, y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz […] quiso él mesmo hacer luego la experiencia de la virtud de aquel precioso bálsamo […] apenas lo acabó de beber, cuando comenzó a vomitar, de manera, que no le quedó cosa en el estómago; y con las ansias y agitación del vómito le dio un sudor copiosísimo, por lo cual mandó que le arropasen y le dejasen solo (tras eliminar, al vomitar, los malos humores) […] quedóse dormido más de tres horas, al cabo de las cuales despertó, y se sintió aliviadísimo del cuerpo, y en tal manera mejor de su quebrantamiento, que se tuvo por sano, y verdaderamente creyó que había acertado con el bálsamo de Fierabrás y que con aquel remedio podía acometer desde allí adelante, sin temor alguno, cualesquiera ruinas, batallas y pendencias, por peligrosas que fuesen".
A Sancho Panza le fue peor:
"Se la echó a pechos, y envasó bien poco menos que su amo […] el estómago del pobre Sancho no debía de ser tan delicado como el de su amo […] le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora; y viéndose tan afligido y congojado, maldecía el bálsamo y al ladrón que se lo había dado […] hizo su operación el brebaje y comenzó el pobre escudero a desaguarse por entrambas canales. [...] Sudaba y trasudaba con tales parasismos y accidentes, que […] todos pensaron que se le acababa la vida. Duróle esta borrasca y mala andanza casi dos horas, al cabo de las cuales no quedó como su amo, sino tan molido y quebrantado, que no se podía tener; pero don Quijote, que se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego a buscar aventuras […] con la seguridad y confianza que llevaba en su bálsamo".
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).