Mojar titulares de prensa es muy fácil. Miles de artículos sobre salud y bienestar hicieron parte de los titulares de cientos de periódicos y revistas estos últimos 21 meses. Grato en parte, pues la salud había pasado casi a último lugar. Sin embargo, muchos titulares dejaron más preguntas que soluciones. Hablar de salud y lograr resultados en el tema es un asunto serio y comprometedor. No es una cuestión de youtubers o influencers con cremitas que curan solo el mal de amor (eso no es depresión, tranquilo mijo), como curar con pócimas a aquellos que ven otra realidad sin querer (la esquizofrenia) o que esa simple enfermedad se quita con estas goticas (cáncer, Alzheimer, Huntington, enfermedades huérfanas o de desarreglos cromosómicos). Fácil, ¿cierto? Solo aquellos que han sido padres y han tenido un niño Down saben de qué estoy hablando. Goticas, remedios caseros y optimismos curan el corazón de los familiares pero no a las víctimas que las padecen.
Tampoco es saludable burlarse de las equivocaciones para tener la satisfacción del bullying vacío de las reivindicaciones, cuando un responsable de la salud se equivoca en sus opiniones o predicciones optimistas o no. En salud, la autoevaluación de las partes, deja más satisfacciones y correcciones que recriminaciones. La cautela y el análisis de quien opina, escribe y lee deberá ser la consejera. Hablar y reflexionar sobre salud implica tacto, fondo, soporte intelectual, presupuesto, investigación y aplicación; es decir, herramientas a la mano, inversión y acertadas decisiones administrativas y, por tanto, la salud deberá tener siempre el carácter social, científico y económico real. Cuando ello no hace parte de la salud de un país, lo demás es retórica sin fondo. Ya lo decía del doctor Félix León Martínez en sus dos anteriores artículos; interpretando sus palabras: la salud del país es para los de la plata, el resto que se jorobe ¿Y por qué no pasó eso con una vacuna que costaba 1.000 veces más de lo que cuesta una Aspirina? Ésta fue recibida desde presidentes hasta pordioseros de la calle. Simple, porque de no haberla recibido la mayoría, nos íbamos a jorobar todos. Murieron importantes políticos y pordioseros de lo mismo, como se dice coloquialmente: todos íbamos a llevar del bulto (los 21 meses pasados no fueron la diversión de un reality).
Seleccionar una portada de revista para pronosticar sucesos inexactos es hacer más las cosas por creencia que por fundamento científico. La vacuna ya está acá hace meses y no llegará en el 2023, como trató de acertar el doctor Jaramillo. De llegar por estas tierras tan bendita pócima en el 2023, hubiese sido la catástrofe para Latinoamérica, no exclusivamente para Colombia. Qué pena con el doctor Jaramillo, pero ya en el 2023 lo que se pronostica es el final de la pandemia, no el inicio de nuestra vacunación. Cuando esa portada salió algunos sentimos desconcierto, no por la certeza, sino precisamente porque nosotros como país vivimos en las eternas equivocaciones y parecen nuestro combustible. Mis respetos para el doctor Jaramillo, sé que tiene derecho a equivocarse, pero fue muy desafortunada esa predicción, ya que el 2023 está aún muy lejos, digo yo, y quizás en el 2022 la pandemia habrá terminado y se instalarán zonas endémicas del virus, opino yo y otros expertos (es decir, nos podemos equivocar también).
De otra parte, decir que arrancamos en el diseño de una vacuna contra el coronavirus no es broma, por tanto nuestro bien admirado doctor Patarroyo, quien conocí y aprecié como científico, sale a decir cosas en la prensa nacional o mundial y, quizás, si lleva ya los resultados positivos en la mano por supuesto que recibirá nuestros aplausos, pero mientras tanto no lo podemos hacer. Pero doctor, no es la prensa la que hará que sus proyectos de vacuna funcionen. Los africanos ya nos ganaron el mes pasado, con la vacuna de la malaria con la ayuda de GlaxoSmithKline, cosa que me apena a mí también, ya que no será nuestro logro -pero, me alegro por los pacientes- y Cuba ya tiene tres vacunas contra el coronavirus y una casi aprobada por la OMS. Todos esos países son -valga la redundancia- "más paupérrimamente" pobres que nosotros ¿Cierto? Si nosotros como científicos o profesionales de la salud le seguimos el juego mediático, podremos perder la credibilidad ganada en nuestro medio. En el nuestro entran resultado con artículos o pacientes vivos y recuperados.
En mi opinión, nuestros resultados, antes de hacer parte de revistas científicas, no deberían ser la prioridad de titulares de revistas de moda y farándula u opinión. Por eso, menos incluso, voy a asumir la posición del doctor Wasserman, refrescándonos la memoria -la que afortunadamente a algunos nos prevalece-, admitiendo que la vacuna de la malaria colombiana fue solo un primer anuncio y nada más, como lo escribió en una de sus última columnas, el 14 de octubre, con aire de vieja rivalidad entre colegas de la misma universidad. Esas disputas demuestran que nuestros científicos se rigen más por la prensa y las rivalidades, incluso por políticas, que por la ciencia, contribuyendo en nada a la salud de los colombianos.
Quizás el cine, sin vacilar, ha vuelto al tema de la salud de los colombianos. Bello gesto. De paso, mi sobrino me tenía avisado que viera la película "El olvido que seremos". No había tenido el tiempo de verle actuar en ella. Me tocó el corazón el film, sobre todo cuando el doctor Abad pasa de cama en cama diciendo que esos pacientes sufren es de hambre. Esa es nuestra salud nacional: hambre de atención, hambre de certeza, hambre de precisión, hambre de elementos, hambre de ciencia y hambre de presupuesto. Cuando la salud falta en un país no son solo los pacientes los que están enfermos. Es todo un país enfermo, desde el presidente hasta el pordiosero.
En la escena grabada en la facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, el doctor Abad (Javier Cámara), en ese pasaje, le responde tranquila y sabiamente a los estudiantes, cuando un estudiante (mi sobrino) le recrimina: "Usted le está haciendo el juego a esos oligarcas, ¿usted es uno de ellos, o qué?" y su compañera estudiante arremete y asegura: "Es que sin lucha no se pueden cambiar las cosas". El doctor Abad calmadamente les contesta a ambos: "Yo soy médico, mi oficio es salvar vidas, no ponerlas en peligro". Esa debería ser la bandera de los responsables de la salud en el mundo, no un asunto político, no un asunto económico exclusivo, no un asunto de revista de farándula o de titular de prensa u opinión. Como lo han hecho, por ejemplo, con su compromiso, los Médicos Sin Fronteras, abandonando sus países de origen, arriesgándolo todo; o nuestros médicos y enfermeras, que se sacrificaron en esta pandemia. La bandera de la salud para tratar de salvar vidas, de nuevo, no tiene color político ni se vanagloria de premios ni de titulares de revistas. Amamos a Einstein por predecir la relatividad, no por ganar el premio Nobel o salir en revistas.
La prensa responsable tendrá siempre el deber de informar sin sesgos, por doloroso que sea, y, sobre todo, de cotejar sobre la salud de sus nacionales, no solo cuantificar datos o vanagloriarse con meras opiniones como verdades o volver casos particulares lo que le sucede a miles. Si la prensa nos llama es para dar nuestra opinión y no para exagerar con certezas injustificadas o mal fundamentadas. Lo caballero no quita lo cortés y aunque lo cortés no evita lo valiente, es necesario reconocer desaciertos simplemente para reconstruir o construir (arrancar de cero), sobre buenas bases, con prudencia y valor. No somos futbolistas o modelos que salimos a decir tonterías, tenemos de fondo una responsabilidad social, como deberían tenerla los ministros y los presidentes, quienes, a cada rato, salen a justificarse, a decir simplemente mentiras "pandóricas". Me admiró en estos días la candidata del partido verde alemán, quien reconoce las pérdidas, aceptando incluso culpas propias, en las últimas elecciones.
Los científicos y los responsables sociales, de la salud, de los derechos humanos, de la equidad de género, o de otros géneros, de los protectores de los niños y los ancianos, o de los investigadores del calentamiento global, no podemos vanagloriarnos de nada, pues falta mucho por hacer y hemos logrado muy poco. Las portadas de revistas y los titulares de prensa no van a cambiar nada, solo aquellos políticos honestos, desinteresados y convencidos de su labor social (muy pocos), sabrán cambiar la vida de todas estas personas, hecho que se verá representado en la salud de la gente y el bienestar de todo un país. ¿Saben ustedes cuántos niños en Colombia están consumiendo drogas ilícitas? Miles (miré los datos y lo consulté con dos amigos que casi pierden sus dos hijas menores de edad por la droga) ¿Saben ustedes cuántas personas mueren arroyadas por motocicletas en el país? Miles, poniendo el 80% de accidentes de tránsito y manteniendo los quirófanos colapsados, impidiendo la atención de otras urgencias (dato que me suministró otro sobrino, médico) ¿Saben ustedes cuántas persona mueren por cáncer anualmente en el país? Miles. Esos datos jamás mojarán titulares de la prensa nacional, porque no llevan dizque optimismo, y, obvio, nos hacen poner mal. Doloroso, pero cierto. Sanar es una palabra muy bella para jugar con ella en titulares de prensa.
El mes pasado una aerolínea nacional, con bombos y platillos, salió a anunciar su inicio de operaciones. En sus fotos promocionales aparece una muy parecida a la que se observan acá de otra aerolínea de un país desarrollado: una UCI en un avión. Aplausos, porque esta aerolínea gastará millones para dos o tres pacientes pudientes cada semana. Qué noble puede ser la tecnología cuando salva vidas, pero qué triste es cuando con ella se discrimina. El resto de pacientes colombianos, peor que africanos, sin vacuna para la malaria, ni atención prioritaria y volando en tutelas, en medio de "un olvido que seremos".
Mauricio Corredor Rodríguez
Biólogo de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá; magíster en Ingeniería enzimática, bioconversión, microbiología, Universidad de Tecnología de Compiègne, Francia; PhD en Genética Molecular de la Universidad de París XI - Sud, Francia; postdoctorado en Biología Molecular de la Universidad de Montreal, Canadá; líder del grupo de investigación en Genética y Bioquímica de Microorganismos, GEBIOMIC-UdeA. Profesor de planta del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia, Medellín.