En medio de ganancias y competencias menospreciamos las vacunas

Mauricio Corredor Rodríguez | 16/05/2020 - 16:01 | Compartir:

Movidos por la situación y con el fin de encontrar blancos terapéuticos, hace dos meses comenzamos en nuestro grupo de investigación el análisis de los nuevos genomas disponibles de SARS-CoV y SARS-CoV-2; el segundo responsable de la Covid-19. En ese proceso nos vimos enfrentados a esclarecer unos mensajes que merodeaban desde enero por la red, dudando del origen natural de SARS-CoV-2. Algunas páginas web ya estaban en poder del público, llegando a sustentar asuntos turbios. Nos dimos a la tarea de descifrar varias incongruencias en esa información y simplemente nos quedamos con datos científicos consistentes, rescatando las publicaciones seriadas que relacionaban procesos verídicos [N Engl J Med 2004 22; Nature 2013 503; Virol Sin. 2018 33; BioRxiv 2020 Feb]. Esa indagación fue cotejada con los genomas previamente publicados, lo que nos aclaró en parte el rompecabezas y nos permitió dejar de lado referencias disfrazadas o sin bases. En ciencia las inconsistencias generan preguntas que el misterio no desconcertará; todo lo contrario, nutre la curiosidad y el conocimiento. En contraposición, las historias inventadas siempre generan pánico cuando están acompañadas de noticias falsas, creadas a veces con el propósito de perder la visión histórica de logros científicos, culturales o sociales.

El virólogo premio Nobel Luc Montagnier hace unas semanas asoció la emergencia del virus SARS-CoV-2 con un accidente de laboratorio, sin tener evidencia. El científico ha terminado cuestionado por muchos de sus colegas que además le acusan, de tiempo atrás, de ser un investigador antivacunas. Montagnier conoce bien estas disputas científicas y desvirtuó en una de ellas al científico de EE. UU. Robert Gallo, quien recibió una muestra de VIH procedente de Francia, asunto que fue aclarado por un examen de la Oficina para la Integridad de la Investigación de EE. UU. Años después, el mismo Gallo prometió producir una vacuna contra el sida, la que a la fecha no existe en uso corriente y hospitalario, pues solo tenemos a mano la terapia HAART. Sin embargo, recientemente la empresa que Gallo fundó obtuvo una fuerte inyección económica para el desarrollo de la vacuna del virus de Lassa y en él se conciben cinco vacunas más. 

Entre conspiraciones y disputas científicas de empresas y países, en un abrir y cerrar de ojos dejamos de producir las vacunas que tanta falta nos hacen hoy. La misma vacuna de SARS-CoV estaba lista en el 2016, en el laboratorio de la doctora María Elena Bottazzi en Texas, pero la respuesta de las autoridades sanitarias estadounidenses dejó mudos a los investigadores, cuando se les contestó que no había interés en eso. En mi caso particular, recuerdo que cuando partí con mi familia a Canadá, con el propósito de realizar mi posdoctorado, mi esposa y yo nos preguntamos por qué el cuadro de vacunas de ese país tenía menos vacunas que el nuestro. Más sorprendidos quedaron los médicos y enfermeras canadienses al ver que el cuadro de vacunas de nuestra hija tenía más vacunas que el reglamentario canadiense. Después del análisis, nos dimos cuenta de que en los bosques canadienses no hay fiebre amarilla y que la tuberculosis se asume desaparecida en ese país.

En muchas páginas web de diferentes lenguas, se leen afirmaciones sin soporte científico, señalando que las vacunas causan dizque autismo, que son innecesarias pues no son efectivas, que contienen sustancias tóxicas y que los efectos secundarios son peores que la misma enfermedad. Existen sitios web que desacreditan las vacunas asociándolas con conspiraciones y toda clase de argucias que dan tristeza leerlas pues no hay un solo artículo científico que soporte bien tales inculpaciones. Precisamente, en el artículo pasado comenté que el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de los EE. UU. desestima actualmente el uso de la vacuna de Yersinia pestis debido a la aplicación efectiva de los antibióticos desde mitad del siglo pasado, que bien pudieron reemplazar tal vacuna pero no eliminaron la bacteria que se volvió multirresistente y no fue el caso soñado del virus de la viruela.

Nuestro país cayó incluso en esa fácil corriente mediática -ya sea por error o por omisión-, en una serie de accidentes de los cuales hoy no se tiene pistas científicas por el uso de la vacuna probada contra el papilomavirus, que meses después la misma prensa terminó abandonando. Nadie ha dicho que existen en las vacunas elixires para nada y menos para curarlo todo y que lo que no funciona para uno no servirá para nadie. Eso se parece más a fundamentalismo que a ciencia. Nadie olvidará los accidentes con la vacuna de la poliomielitis, porque era un cóctel atenuado que hasta tenía el genoma dentro (eran los años 50). Pero hoy podemos estar seguros de que varias vacunas son más seguras que muchos medicamentos que tanto beneficio nos han dado. El abandonarlas se parece más a la intrépida actuación de no darle antibióticos a nadie porque ellos causan resistencia bacteriana. Debemos usar antibióticos, pero de manera responsable e investigada basada en la evidencia y no en la presunción. Hoy sabemos que por la misma irresponsabilidad y el uso descontrolado se propició la resistencia bacteriana a los antibióticos y no por causa del descubrimiento y su beneficio. También las disputas comerciales crearon otros problemas y dejaron a la vera las vacunas, y de paso el cuidado de lo más prioritario para la especie humana: su salud.

Imagen CDC polio
Imagen que pertenece al CDC de los EEUU y fue usada como propaganda en los años sesenta para promocionar la vacuna contra la poliomielitis o polio (acrónimo del inglés). Se utilizó la abeja Wellbee (nombre adoptado en inglés para un bebé). En el aviso de lee: Wellbee dice, ¡cuídate!, toma la vacuna oral contra la polio, sabe bien, funciona rápido y previene la polio. La imagen es de dominio público, se agradece tal cortesía y su crédito es para el CDC y sus autores.

Sí es verdad, las vacunas son baratas (mal negocio) y resultaron ser más baratas, efectivas y seguras al aparecer el ADN recombinante; y ya accidentes como el de la polio no se presentaron jamás. Las vacunas son el único medicamento que ha desaparecido enfermedades, como la viruela. En nuestro país el doctor Manuel Elkin Patarroyo comenzó un trabajo titánico en una nación muy pobre en ese momento, a la que le habían caído todos los males, además de la pobreza. Aun así, como inmunólogo prominente, ya en un momento avanzado y compitiendo codo a codo con investigadores de países desarrollados -quienes lo tenían todo-, su mismo laboratorio se quedó encerrado en un hospital en Bogotá por un lío en el que el investigador y sus pupilos nada tenían que ver, y a sabiendas de que miles de personas en el mundo seguían muriendo de malaria. Pero lo peor es que nuestro país en el 2001 cerró un hospital para salvar vidas, que recibió un premio mundial por las mamás canguro, que fue liquidado como cerrando un centro comercial, y hoy debemos acondicionar sitios para el comercio y exposición como hospital de campaña. Y sobre esa vacuna - pensarían otros desinteresados- "es para enfermos pobres y de países subdesarrollados", ¡qué importa!, además, claro, era una vacuna para un monstruo de parásito diez veces más grade que una bacteria, seguro estaba "loco" por proponer salvar vidas. Triste, ¿no?

Pasé recientemente por Europa y EE. UU., antes que me atrapase el halo del virus hace apenas tres meses. Me dejó atónito cómo amigos y colegas de esos países hablaban de un panorama desalentador en el mundo de la ciencia, en el que se tiene que competir por resultados económicos, por logros mercantiles y por producción, dejando todo lo demás en segundo lugar. La contemplación solo es tenida en cuenta, por ejemplo, para astrónomos tan excelentes como Carl Sagan o su pupilo Neil deGrasse Tyson, que tienen a la gente pegada a la pantalla por su magistral sabiduría y, de paso, sirve para vender otras cosas; pero eso de que un cuásar titila a 12.500 millones de años luz, eso solo es anecdótico, pero no produce dinero y ganancias.

Pues bien, hoy estamos confinados perdiendo todas las ganancias acumuladas, desmedidas en algunos casos, las cuales iban a producirnos más ganancias, con el precio del petróleo más barato jamás visto y con pérdidas en todos los frentes, quizás por no haber creído en las herramientas del trabajo científico. Ese trabajo nos ha dado bienestar más allá de las retribuciones económicas, nos ha llevado a la Luna, ha desaparecido enfermedades de la Tierra y ha buscado una producción de alimentos agrícolas amigables con la naturaleza, para que no desaparezcan más especies en un clima que ya no es nada agradable, algo que ha sido demostrado científicamente sobre datos que se desvaloran por otros intereses.

Hoy creo en la ciencia porque tuve la fortuna de trabajar con gente que ha hecho contribuciones magistrales al mundo, como la del grupo de Jorge Mayer que inventó un grano de arroz con vitamina A, el cual no va a destruir el medio ambiente, ni va a generar más CO2. Sí, ahora gracias a ese arroz transgénico no va a haber niños con desnutrición en Asia tropical, donde una vez al día solo había arroz silvestre y nada más, quedando hasta ciegos por la falta de la vitamina en ausencia de otros alimentos. Cuando eso deje de pasar al arroz recombinante lo guardaremos en un laboratorio como recuerdo, como sucedió con la vacuna de la viruela. Lejos de disputas, confabulaciones y competencias mercantiles, fueron soluciones momentáneas para mejorar nuestra calidad de vida por siempre y no exclusivamente para generar ganancias y más ganancias.

† Sentido homenaje a mi querido amigo el sacerdote Carlos Alberto Calderón quien murió de malaria en África y quien creía en el bienestar para todos. Carlos, hubiera sido grato que la vacuna de la malaria existiera y compartir hoy tu grata sabiduría.

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Mauricio Corredor Rodríguez
Biólogo de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá; magíster en Ingeniería enzimática, bioconversión, microbiología, Universidad de Tecnología de Compiègne, Francia; PhD en Genética Molecular de la Universidad de París XI - Sud, Francia; postdoctorado en Biología Molecular de la Universidad de Montreal, Canadá; líder del grupo de investigación en Genética y Bioquímica de Microorganismos, GEBIOMIC-UdeA. Profesor de planta del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia, Medellín.

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