Las reducciones de los nativos americanos tras la conquista española, calculadas por historiadores y demógrafos en el orden del 90 al 95 % en relación con la población preexistente, fueron más la norma que la excepción. Se calcula que, en el momento del contacto entre el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo, la población del nuevo continente podría representar cerca del 20 % del total de la humanidad; un siglo después, la población americana, incluyendo a los europeos inmigrados, no significaba en términos cuantitativos más de un 3 % de la especie humana.

Aunque no sepamos nunca el tamaño previo que tenía la población indígena, medio siglo más tarde de la conquista quedaban muy pocos sobrevivientes nativos, en una catástrofe que alteró para siempre el paisaje que Cristóbal Colón en su diario describió como "el paraíso", que para los aborígenes americanos se convirtió en todo lo contrario, en un desastre demográfico, una catástrofe, un verdadero infierno. La población indígena se había desplomado de manera espectacular en América tras el "Descubrimiento" y la posterior conquista del territorio.
Entre 1537 y 1636 la población indígena de la Provincia de Tunja, según los censos de población, cayó en un 80 %, pasando de aproximadamente 230.000 habitantes, en vísperas de la conquista del territorio, a solamente 47.500 habitantes, cien años más tarde, cayendo con ellos el poder de los encomenderos, que asociado a las desconocidas epidemias diezmó a los descendientes de los muiscas. A lo largo de la costa caribeña colombiana, conocida como Tierra Firme, una de las zonas más afectadas por la catástrofe demográfica, cerca del 95 % de la población aborigen fue desaparecida en menos de un siglo, para ser reemplazada por los esclavos traídos del África.
En el momento preciso en que la curva demográfica indígena en el Nuevo Reino de Granada alcanzó su punto más bajo, que se registra a mediados del siglo XVII, exactamente un siglo después de la conquista europea del territorio, el historiador colombiano Germán Colmenares registra en sus trabajos demográficos el aumento de la población mestiza, que se da inicialmente en las ciudades, que eran el lugar de residencia de los españoles.
El historiador Francisco Guerra comparó la caída demográfica de la población americana en la conquista de las Antillas americanas, desde la llegada de Colón en 1492, con la de las islas Filipinas, en Asia, que eran también posesión española, desde la llegada del navegante portugués Fernando de Magallanes en 1521. Ambas regiones geográficas, aunque distantes, tienen áreas, extensión geográfica y climas bastante semejantes; la diferencia se encuentra en que los aborígenes americanos carecieron de la presencia de animales domésticos portadores de virus patógenos, quedando expuestos al desembarcar Cristóbal Colón, en el segundo de sus viajes.
Por el contrario, los habitantes filipinos sí contaron con animales domésticos abundantes, particularmente el cerdo, del que poseían tres especies en las islas, aunque no contaban con el caballo, animal que sí fue introducido por los colonizadores españoles. Los indígenas de las islas Filipinas, que poseían inmunidad para los virus de la influenza suína (del cerdo) por siglos de contacto, tras la llegada de los conquistadores españoles, florecieron demográficamente y su población pasó de 500.000 habitantes en el año 1521 a cerca de 7.500.000 en 1898, año en que concluyó el dominio español sobre las islas filipinas, cuenta el historiador Francisco Guerra.
A todo lo anterior, le tenemos que agregar que los aborígenes filipinos no estuvieron tan aislados del mundo, ni por tanto tiempo, como lo estuvieron durante miles de años los aborígenes americanos, pues los filipinos mantenían contactos permanentes durante estos años con otros pueblos de Asia, mediante la navegación, antes de la llegada de las carabelas y los galeones europeos.
Tras cinco siglos de debates por la contracción poblacional de América, empezando por el Castigo Divino y siguiendo con las crueldades de la conquista "a cristazos y arcabuzazos" de la Leyenda Negra, y sin ponerse de acuerdo los investigadores en la magnitud de las cifras de la catástrofe poblacional aborigen, el argumento del derrumbe demográfico por efecto de las epidemias importadas se desplaza hacia la paleopatología, confirmando de esta manera la necesaria multidisciplinariedad que se requiere en los estudios históricos de las epidemias.

Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).