De 1320 a 1486 arrecia en Europa la Caza de Brujas, durante esta época miles de mujeres fueron apresadas, procesadas, torturadas y luego condenadas a morir quemadas en la hoguera. El célebre manual de inquisidores conocido como el Malleus Malleficarum o Martillo de Brujas, fue escrito por dos monjes dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, se trata de toda una guía teórica y práctica para el descubrimiento, examen, tortura, juicio y ejecución de brujas, publicado en pleno Renacimiento, en 1487 en Alemania, en el que los inquisidores dominicos afirman que: "nada hace más daño a la Iglesia Católica que las comadronas". Los casos de impotencia, esterilidad y aborto son atribuidos por los inquisidores a brujería.

Según el Malleus Maleficarum: "la mujer está más inclinada a lo carnal que el hombre, como se puede apreciar por las tantas cosas obscenas que hay en ella", afirmando que: "toda hechicería proviene de la lujuria carnal, que es en la mujer insaciable... Por esta ansia de satisfacer sus lujurias ellas cohabitan aún con demonios". Asevera el machista y misógino Malleus que: "Cuando la mujer piensa sola, tendrá diabólicos pensamientos".
El historiador francés Jules Michelet, en el siglo XIX, fue el primero en poner en evidencia que una de las mayores acusaciones hechas contra las brujas fue, en realidad, el delito de curar y el conocimiento y manejo de plantas psicoactivas como el eléboro, la belladona y la adormidera. El psiquiatra e historiador de la medicina húngaro - norteamericano Thomas Szasz plantea que la mayoría de las mujeres que fueron asesinadas luego de ser acusadas de practicar la brujería, ni fueron locas ni fueron criminales; fueron en su mayoría mujeres, unas curanderas y otras comadronas, que le servían a la población campesina, desprovista de atención en salud y que transmitían su saber, entre ellas, de generación en generación.
Enviadas donde el verdugo, este desnudaba a la acusada y le afeitaba el vello corporal. Le machacaban los dedos, le clavaban agujas en el cuerpo, la ponían en el potro de tormentos, atada de pies y manos a una superficie conectada a un torno (el potro). Al girar, el torno tiraba de las extremidades en diferentes sentidos, dislocándolas, desmembrándolas; la torturaban con clavos ardientes y les ponían las "botas Quebrantahuesos", las dejaban sin alimento y las azotaban con el látigo. Dentro de los cientos de miles de víctimas de la Inquisición, las mujeres superaron en número a los hombres, en algunos lugares en proporción de diez a uno. Las mujeres no podían acudir a la universidad; por tanto, para la perversa lógica de los inquisidores del Santo Oficio, si poseían conocimientos para ser capaces de curar a los enfermos, este conocimiento sólo podía haberles sido revelado por el mismísimo demonio, con el que mantenían las brujas relaciones sexuales, pues lo que no era de Dios venía del Demonio.
Las últimas mujeres condenadas por brujería fueron ejecutadas en Europa, en el llamado siglo de la Revolución Científica, a finales del siglo XVII. En su libro Brujas, comadronas y enfermeras: historia de las mujeres sanadoras, Ehrenreich y English, afirman que la iglesia consideraba su guerra contra las brujas sanadoras como una lucha contra la magia, pero no contra la medicina.

Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).