Diversos tipos de anemia, que fueron llamados de diferentes maneras en distintos lugares del mundo, como clorosis egipcia, anemia tropical, anemia de Georgia, anemia de los túneles, anemia gotardiana (por la presentada en la construcción del túnel de San Gotardo en los Alpes), anemia de los mineros, enfermedad de la pereza, enfermedad del cansancio (en Brasil) o tun-tun (en la zona antioqueña colombiana, ya que, por la anemia, los enfermos sentían las pulsaciones de las arterias intracraneales, un sonido similar a los choques de pilón con que molían el maíz: tun-tun-tun). Todas las anemias anteriormente mencionadas, gracias a los avances de la medicina y especialmente de la parasitología, en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX, terminaron fundidas en una sola enfermedad, establecida como una enfermedad de etiología parasitaria, causada por nemátodos, enfermedad que hoy llamamos anquilostomiasis o uncinariasis.
El Anchylostoma duodenale, que era endémico en Europa, fue identificado en 1838 en Italia por Angelo Dubini y el Necator americanus (en latín, que significa asesino americano), nemátodo que fue identificado en los Estados Unidos por Charles Stiles en 1902 está presente en todo el continente americano y también en Asia, en África y, por último, fue identificado el anquilostoma en animales y humanos en Oceanía. Establecido desde 1880 el reservorio humano de la infección y su transmisión, siempre asociada a las migraciones, a las tierras húmedas y las zonas agrícolas y mineras, tropicales y subtropicales, la anquilostomiasis se convirtió en la enfermedad ideal para destacar un modelo de intervención sanitaria, de carácter internacional, con el patrocinio de la norteamericana Fundación Rockefeller, que mezclaba las ganancias de la industria petrolera con la filantropía y la evasión de impuestos.
En los finales del siglo XIX, 1883, se estableció el ciclo vital del anquilostoma, su transmisión a partir de los huevos depositados en las heces de los enfermos; primero se pensó que el ingreso era por vía oral, hasta 1905, cuando quedó demostrado que la puerta de entrada era la piel y su fácil diagnóstico mediante el examen microscópico de las heces y la existencia de un tratamiento eficaz, con vermífugos como el extracto de éter de helecho macho o el aceite de timol. En 1915 empezó a utilizarse un nuevo producto terapéutico, el tetracloruro de carbono.
Las larvas del nemátodo penetran la piel, se desplazan hasta los pulmones por el torrente sanguíneo e ingresan a las vías respiratorias. Los gusanos miden 1 centímetro de largo. Tras subir por la tráquea, son ingeridas las larvas, que posteriormente infectan el intestino delgado del huésped. Las larvas se transforman en gusanos adultos y viven allí durante uno o más años. Los gusanos se sujetan a la pared intestinal y succionan sangre, lo que lleva a la anemia.
Todos estos conocimientos hicieron posible descubrir la enfermedad parasitaria, evitarla mediante el saneamiento de los terrenos y prácticas higiénicas, como el uso de las letrinas y del calzado, etc., y poder combatirla, en los que ya estaban enfermos con medicamentos de fácil uso y bajo costo. Esto hizo que a finales de la tercera década del siglo XX se pensara que no existía otra enfermedad humana tan perfectamente conocida, tan fácil de controlar y erradicar.
Los éxitos rápidamente alcanzados en las zonas templadas de los países más desarrollados e industrializados del mundo contribuyeron a fijar la imagen de que la anquilostomiasis era una enfermedad Tropical. Como el paludismo, la anquilostomiasis fue erradicada de los países desarrollados y reducida, convertida en una enfermedad tropical, con una elevada prevalencia, que hoy registra millones de casos de infectados en el mundo, que es cada día más tropical, por el llamado calentamiento global.
Hoy la anquilostomiasis hace parte del llamado grupo de enfermedades tropicales desatendidas (no puede faltar la sigla en inglés, NTD) de la OMS. Hace un siglo, todos, los mineros, los agricultores, por aquí especialmente los cafeteros, las organizaciones de salud, los científicos, las universidades, los salubristas y las organizaciones filantrópicas, como la Rockefeller, creían que iban a acabar fácil y rápidamente con la anquilostomiasis, pero hoy está peor de lo que estaba hace un siglo en los pobres, endeudados y subdesarrollados países tropicales. Lo tropical no es solo climático, es económico.
Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).