Afirman los historiadores académicos Ozías S. Rubio y Manuel Briceño, en su muy interesante libro Tunja desde su fundación hasta la época presente que fue publicado en 1909, que moran en Tunja a inicios del siglo XX: "10.000 almas en pena sobreviviendo bajo techos derruidos y aleros desplomados". Cuentan los historiadores, como a principio del siglo, además de las señas del anhelado progreso, que siguen vivas en Tunja viejas tradiciones indígenas, las cuales fueron cristianizadas durante los siglos coloniales y dejaron ermitas, iglesias y conventos a lo largo y ancho de la ciudad, así como las alegres y masivas festividades religiosas, que llaman los historiadores mencionados romerías de indios y que muchas veces están relacionadas, como en la fiesta tunjana en honor de San Lázaro, patrono de los leprosos, una festividad popular actual que está vinculada con milenarias prácticas de sanación.

Consignan Rubio y Briceño sobre la fiesta septembrina, a principios del siglo XX: "En el Alto de San Lázaro tienen lugar, dos veces al año, romerías de indios que acuden de los pueblos circunvecinos, en achaque de promesas, a divertirse según sus costumbres. En esos días se ven subir y bajar partidas de hombres, mujeres y muchachos, vestidos con la mejor ropa que tienen, cantando al son de tiples y chuchos, coplas no del todo malas, y a veces ingeniosas, que constituyen la poesía del pueblo bajo. Una de estas romerías se efectúa el primer domingo de septiembre, para la fiesta de San Lázaro, y entonces forman barro cerca de la capilla, del cual se untan en la cara y otras partes del cuerpo, para sanar de algunas dolencias o para evitar el contagio del mal de Lázaro".
La otra fiesta, y a su vez romería, se celebra todos los años en el mes de diciembre cuando se venera a la Virgen de Chiquinquirá, primer nombre que tuvo la ermita que marcaba el ingreso a Tunja por el Occidente, en el alto de, la llamada por los conquistadores, la Loma de los Ahorcados. En 1650, en agradecimiento a la Virgen de Chiquinquirá, por interceder por la salud de los tunjanos y acabar con la epidemia de viruela y tifus exantemático, llamada la Peste General, del año 1633, el Cabildo de Tunja aprueba la construcción de la Ermita de Chiquinquirá, cuya construcción data del año 1663, por donde avistó a Tunja la Virgen milagrosa, traída en multitudinaria romería desde Chiquinquirá, que liberó a Tunja, en dos ocasiones, de las epidemias de viruela con sarampión: la primera a finales del siglo XVI, de viruela y tabardillo, y la segunda en la década de los 30 del siglo XVII, que causaron el colapso final de la población indígena de la provincia de Tunja.
La Ermita que, en los planos del pacificador Pablo Morillo realizados para la reconquista de Tunja, se sigue llamando Ermita de Chiquinquirá, posteriormente cambia de nombre y pasa a llamarse, adentrada la segunda mitad del siglo XIX, Ermita de San Lázaro. La viruela deja de tener la importancia que tuvo en tiempos coloniales y la enfermedad a la que se dedican todos los esfuerzos y presupuestos a finales del siglo XIX y principios del XX es la lepra. La Ermita de San Lázaro es una típica construcción colonial de una sola nave, que conserva hoy, al lado del altar mayor, un pozo de donde se extrae todavía un barro al que se le atribuyen, desde tiempos coloniales, propiedades medicinales y que hoy se vende en pequeños recipientes de plástico.

Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).