Un homenaje para aquellos que no pudimos salvar o no pudieron aprovechar la vacuna
Con datos estadísticos reales, un porcentaje importante de la población en Francia no desea vacunarse. Al respecto, una funcionaria del ministerio de salud de ese país decía en estos días: "El peligro no es la vacuna, es el virus". Que fácil hemos olvidado eso y mucho más en Colombia, donde el pasado viernes 15 de enero se sobrepasó el tope de los 21.000 infectados diarios. Ya sin unidades de cuidados intensivos disponibles en varios sitios del país y con muy pocas camas libres en la mayoría de los principales hospitales, esta situación empieza a pasar de castaño a oscuro. Oscuro, porque dizque la compra de la vacuna por parte del Gobierno es un asunto ultrasecreto, como si se tratase de una bomba atómica.
Dicen que no existe peor paciente que aquel que no se quiere cuidar. Nuestro país vive enfermo, no solo de la COVID-19, sin encontrar nunca remedio; desde el Gobierno hasta los ciudadanos, todo parece indicar que ya no hay voluntad. Escuchaba con estupor en estos días en una importante emisora de radio que daba voz a los radioescuchas, en la que la participante de turno decía que lo bueno de la COVID-19 era que las viejas generaciones se iban a morir y que vendría dizque un aire nuevo. Al oír eso me dio congoja por mi madre que aún vive, a quien tanto hoy le agradezco y, obvio, no puedo compartir tal comentario egoísta. Creo que nuestro país vive más enfermo por la falta de solidaridad que por la COVID-19.
"Nuestro país vive enfermo, no solo de la COVID-19, sin encontrar nunca remedio; desde el Gobierno hasta los ciudadanos, todo parece indicar que ya no hay voluntad".
Está visto que vamos a seguir subiendo la gráfica de infectividad ante la incapacidad de ciudadanos y Gobierno de contener en cifras manejables la pandemia. No soy quién para decir a los demás qué tienen que hacer, solo creo en el autocuidado: he usado tapabocas durante 10 meses, también gafas de protección, guantes de trabajo que se pueden mojar siempre con alcohol -que porto siempre en la calle- y, de paso, le recuerdo con gentileza a ciudadanos, jóvenes, adultos o adultos mayores, guardar la distancia social y ponerse el tapabocas correctamente. Sin embargo, el esfuerzo de un confinamiento momentáneo será como repartir un bombón para toda una escuela. Simple consuelo, pues si el autocuidado no se aplica, de nada sirven los toques de queda.
Los comentarios que he escuchado de algunos queridos amigos y conocidos es que ya están casados de todo esto, como si la enfermedad fuese un asunto de credo, conspiración o invento. Los muertos no son un invento y pareciera que cuando no son nuestros es lo de menos, pues el dolor no es propio. Otros por la fatiga caen en un tipo de nihilismo: "pues si me voy a morir, que se le puede hacer…".
Mi propuesta para esta ocasión iba a ser más didáctica y esperaba tratar los tipos de vacunas actuales, aun así, los acontecimientos lo dejan a uno casi sin aliento para impartir pedagogía. Me comprometo con el siguiente artículo sobre este tema vital para aquellos que estamos interesados en recibir la vacuna, si llegara pronto a estas tierras. Afortunadamente para ese propósito se tuvo que nombrar una comisión veedora nacional, para aparentemente dejarse de secretos y la OPS anunció primero que el Gobierno que la vacuna estaría en el país a principios de febrero, saliendo luego a aclarar que en marzo. Esperemos surta efecto la comisión, y lamento, eso sí, que la información venga de una organización externa. ¿Qué tan difícil es decir que no estamos en la lista de los afortunados de los primeros de la fila? Eso es apenas lógico y ya lo sabemos ¿Qué tan difícil es decir que no queremos las vacunas socialistas o comunistas de Rusia o China? Díganlo abiertamente o, simple, den una razón médica de peso y se les entenderá, pero el silencio no es buen consejero.
"Me pregunto entonces: ¿La salud de los colombianos debe pasar por el filtro del color político o ideológico?".
Algunos en el país se rasgaron las vestiduras dizque porque un alcalde sugirió recibir médicos cubanos. O sea, Italia quedó toda convertida al partido comunista por recibir médicos cubanos y ahora Brasil, Argentina, Bolivia y México pasarán a un régimen comunista por comprar las vacunas rusa o china. En ciencia trabajar con ese sesgo haría un caos el publicar o investigar, ya que hay cientos de publicaciones en el mundo con autores estadounidenses, chinos y rusos en el mismo artículo, en los que, por ejemplo, esos mismos autores podrían escribir que el calentamiento global es culpa de los lineamientos políticos y su actividad económica, culpando quizás principalmente a China y EE.UU. De hecho, son los estadounidenses los que más publican con chinos o rusos. Difícil encontrar artículos de autores conjuntos de estos dos últimos países ¿Qué partido o país gobierna solo en la Estación Internacional? Me pregunto entonces: ¿La salud de los colombianos debe pasar por el filtro del color político o ideológico?
No obstante, el asunto más oscuro no es la tal compra de la vacuna, la oscuridad nacional ya raya en la cuestión mística de no quererse vacunar por motivos más de credo que sobrevivencia: "que porque me van dizque a cambiar mi ADN", "que dizque la vacuna traerá información subliminal", "que además nos alineará a todos como el gran hermano", etc., etc., y no sé cuántas historias más. Nunca había escuchado tantos disparates juntos en torno a un simple deseo de querer propender salud y proteger la vida. Al escuchar eso uno se siente en la edad media. Sí, claro, ya muchos hemos escuchado el caso de varios padres que dejaron morir a sus hijos por impedirles una transfusión de sangre dado que su credo religioso dizque se lo impedía. O sea, el amor de salvar a mi hijo está por debajo de mis credos y doctrinas. Bueno no lo discuto; ahí no queda sino respetar, ver morir al niño y llorar.
Así es la historia de mi Colombia Amarga, como la que narró en su libro Germán Castro Caicedo. Elucubrando entre sollozos, eso es como el padre de Astor Piazzola quien tocó en sus últimos días con su violín algo parecido a Adios Nonino, efecto del cáncer mortal; o la de Joaquín Rodrigo que ciego entre notas musicales compuso el adagio del Concierto de Aranjuez al no poder salvar a su hijo. Ahí la tragedia nacional es la de las lágrimas de los ya más de 50.000 muertos colombianos que fue imposible salvar, que les duelen quizás solo a sus seres queridos, como aquellos de los terremotos, deslizamientos, inundaciones, ciclones, en Popayán, Armero, Armenia, Mocoa, Providencia, o de las ya incontables masacres nacionales. La indolencia y la comodidad de decir que estamos cansados de escucharlo.
Las expresiones que uno atina escuchar sobre los muertos de la COVID-19 son: "bueno, no son muchos", "afortunadamente no me pasó a mí", "se tenía que morir, qué le vamos a hacer", "ya le tocaba", etc. De acuerdo, algunas expresiones son realistas o pragmáticas, como en la ciencia; sin embargo, la indolencia también navega no solo en nuestro egoísmo, lo hace además en nuestra comodidad de "yo estoy bien y el resto…". No es imaginación mía. La tragedia humana siempre se ha congraciado con el descuido y la indolencia. Cincuenta mil personas tienen muchos pueblos en Colombia y en un año se perdieron como sin salavín o abra cadabra. En esa lista no hay solo ancianos, hay adultos y jóvenes. Algunos lectores podrían replicarme pensando quizás: "No mijo, eso no es nada, aquí en una sola noche perdimos 23.000 en Armero…". O sea que en un año ya es como perder algo más de dos Armeros, ¿y va a llorar por eso? Podría tratar de entender que eso es normal para la indolencia, pero para alguien que se sienta ser humano, creería que no. Sí, creería entonces que mi pensamiento de identidad nacional raya de tonto por lamentar tales perdidas.
"Con el dinero que se le iba a prestar a Avianca se compran 170 millones de dosis de la vacuna de AstraZeneca. O sea, el problema no es plata. No se entiende el secretismo en el país".
De nada me sirve ahora negar que la maldad humana no existe. No voy a negar el fanatismo religioso, político, de color de piel y de estatus económico. Sería iluso pensar en mundos rosas y optimismos que ocultan negras intenciones. Por ejemplo, la corrupción es un acto de maldad o infamia y la principal causa del atraso latinoamericano, que corroe nuestros sistemas de salud, bienestar, educación y ciencia. Esa es una verdad que todos los países de la ONU conocen y que nuestros países se niegan a aceptar o corregir, más por conveniencia y terquedad que por conocimiento. Pero volviendo al asunto, puede que algunas de esas vacunas causen, entre otros, accidentes en alérgicos. Esa no era la intención del diseño. Bueno en el mundo jurídico le espera primero una demanda, quizás una compensación y posterior retiro como sucedió con la talidomida, el talco Johnson & Johnson y el cigarrillo, pero los inventores no trabajan para Lex Luthor y no son asuntos secretos, ya los costes por muestras de varias vacunas se conocen en el mundo. Con el dinero que se le iba a prestar a Avianca se compran 170 millones de dosis de la vacuna de AstraZeneca. O sea, el problema no es plata. No se entiende el secretismo en el país.
Independiente de secretos, suponer por un segundo que las vacunas se inventaron para dañarnos a todos, eso rayaría en la infamia, que se define como "la degradación del honor civil, consistente en la pérdida, ante la sociedad o incluso legal". Infamia existió cuando la empresa estadounidense Unión Carbide contaminó con tóxicos la bahía Bhopal en India, causando miles de muertos y daños genéticos en recién nacidos; infamia existió cuando el gobierno soviético ocultó la tragedia de Chernóbil, dejando morir a miles de afectados de cáncer; infamia existió cuando la China comunista invadió el Tíbet para anexarlo a su país borrando sus credos, aniquilando a un ejército de desarmados; infamia existió cuando el gobierno estadounidense bombardeó a Vietnam con el Agente Naranja sobre miles de niños; infamia existió en Auschwitz, en tantas guerras, tragedias y miserias humanas. Pretender comparar semejante maldades de la historia humana con querer crear un medicamento de emergencia, que representará ganancias para unos cuantos (aceptémoslo) y beneficio para millones, es abandonar la racionalidad humana, tergiversando toda nuestra historia.
Como siga lamentándome voy a terminar pensando que solo unos cuantos en el mundo hacen cosas correctas. Eso no es cierto y es tendencioso. Lamento simplemente que la vacuna no hubiera llegado antes, que menospreciemos los riesgos y que solo la celebración quede en lo esencial para olvidar la circunstancia. Sabemos que bares y restaurantes están en calzas prietas en todo el mundo, pero es que incluso ya la mayoría no tiene dinero para comer fuera de casa. Esta semana Alemania y Francia, con vacuna en mano, obligaron nuevamente a su población al total o parcial confinamiento, con el propósito de rebajar la congestión hospitalaria y muerte. No obstante, hoy en África un país más pobre que el nuestro le da lecciones a los países desarrollados, sabiendo poner el autocuidado y el diagnóstico primero: Ruanda.
Es posible que en Ruanda la vacuna no llegue incluso este año. Este país tuvo una guerra civil terrible, donde varios países desarrollados hoy reconocen su culpa. El país no se ha quedado en las lamentaciones de su pasado y fijado en un rencor y odio como el nuestro, que vive confinado en su laberinto. Ruanda, sin más recursos que el nuestro, ha sabido manejar la pandemia, especialmente con educación y obediencia. Hoy se encuentra en su segundo pico también y ha tenido 172 muertes en 10 meses.
Estoy casi seguro que muchos en nuestro país confundimos obediencia con castigo, y claro, pues se debía obedecer hasta para ir al patíbulo. Entonces aceptemos que hay dos obediencias: una voluntaria y otra obligada. Cuando la obediencia es libre se vive en sociedades más o menos justas, cuando es obligada se vive en sociedades injustas. Reconozco que la filosofía ha tratado poco el tema y ha quedado más en manos de credos, sin lamentarlo por supuesto. Ahí la psicología y las neurociencias tienen mucho que hablar, dado que la excesiva obediencia lleva al fanatismo.
"Mi mensaje no va a implorar obediencia, va, tal vez, a que no inventemos excusas para descuidar la salud de los demás".
Mi mensaje no va a implorar obediencia,va, tal vez, a que no inventemos excusas para descuidar la salud de los demás. Que si usted no va a vacunarse, acepte que el virus no va a partir por su decisión y que su responsabilidad frente a los demás no queda eximida. El tapabocas no partirá en el 2021, por lo pronto. Pero aquellos funcionarios del Gobierno y los ciudadanos que pensamos que vale la pena vacunarse para resguardar la vida de los colombianos, tenemos el deber de proteger. Para eso se creó nuestras fuerzas armadas y nuestra policía, para ello están nuestros hospitales y nuestro sistema de salud, para, sobre todo, proteger. Es una palabra que creo ya no conocen nuestros niñas y niños, pues llevamos 60 años sin proteger auténticamente la vida. Incluso a veces tratando de protegerla, se nos va de las manos como con la COVID-19.
Mi mensaje final va dirigido también a la memoria y al consuelo de aquellos que por alguna razón perdieron a su familiar por la COVID-19. Personas que solo llenaban la vida de sus seres queridos sin importar su religión, su credo, su color de piel o su estrato social. Quizás por eso algunos decidimos estudiar la vida, que creo es lo más maravilloso. Por eso, cuando el destino o su dios deciden la suerte de su ser querido, dolerá siempre su ausencia. La medicina en su más alto deber deberá buscar siempre salvar la vida por encima del negocio, del contrato, de la operación quirúrgica onerosa, etc. En ese esfuerzo cientos de médicos y enfermeras del mundo también perdieron su vida. Qué importa pensar si esos médicos o enfermeras fueron chinos, rusos, gringos, brasileños, europeos, asiáticos o africanos. Ya no importan saber si fueron altos, bajos, grandes, viejos, ricos o pobres. Eran seres humanos, dieron su vida por todos nosotros, más aún, nuestra tecnología y capacidad no estuvo ahí para salvar a esos más de 2 millones de vidas en todo el planeta que nos robó la COVID-19.
"Un sentido homenaje a esas más de cincuenta mil personas que perdieron la vida por la COVID-19. Para ellos una lágrima, un Adios Nonino y un adagio del Concierto de Aranjuez. Para cada uno de ellos una bandera a media asta y un hasta siempre".
Hoy debemos también dar gracias a todos aquellos que han hecho algo por los que se fueron, le damos gracias a quienes están en hospitales, en el Gobierno y en diferentes sitios haciendo su esfuerzo honesto para que no mueran más pacientes. Damos gracias a aquellos que han creído en el autocuidado protegiendo a los demás, más allá de hacerlo por sí mismo. Le damos gracias a aquellos que, hasta de forma injusta y triste, perdieron su empleo porque con vida tendrán la esperanza de buscar uno nuevo para sostener a sus hijos en medio de un país que vive más por las ganas que por cualquier otro esfuerzo. Hay que dar gracias a aquellas instituciones, gremios, asociaciones y entidades públicas y privadas que han puesto su esfuerzo para que más vidas sigan existiendo, creciendo, mejorando y construyendo. Es necesario recordar que aquí todos estamos perdiendo y que, si alguien tiene una buena idea, antes de criticarla, debemos escucharla lejos de atavíos humanos y credos. De antemano excusas al periódico y a ustedes por permitirme este excepcional extenso artículo, para rendir ofrenda a esos más de 50.000 colombianos.
Un sentido homenaje a esas más de cincuenta mil personas que perdieron la vida por la COVID-19. Para ellos una lágrima, un Adios Nonino y un adagio del Concierto de Aranjuez. Para cada uno de ellos una bandera a media asta y un hasta siempre.
Mauricio Corredor Rodríguez
Biólogo de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá; magíster en Ingeniería enzimática, bioconversión, microbiología, Universidad de Tecnología de Compiègne, Francia; PhD en Genética Molecular de la Universidad de París XI - Sud, Francia; postdoctorado en Biología Molecular de la Universidad de Montreal, Canadá; líder del grupo de investigación en Genética y Bioquímica de Microorganismos, GEBIOMIC-UdeA. Profesor de planta del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia, Medellín.