El 13 de mayo de 1917, se hicieron famosos tres niños portugueses que se hallaban apacentando su ganado en un lugar conocido como Fátima, en Portugal. Me sorprendió encontrar en los periódicos de 1919 que el niño Francisco Marto, a quien se le había aparecido la Virgen de Fátima, dos años antes, murió en abril de 1919 a los 7 años, víctima de la pandemia de gripa de 1918-1919, llamada La Dama Española. Su hermana Jacinta, a quien también se le apareció la Virgen en Fátima, Portugal, murió por la misma causa, de la pandemia de gripa, cuando tenía 11 años.
Los historiadores, escribió el maestro Eric Hobsbawm en su Historia del Siglo XX, sirven para recordar lo que otros quieren olvidar. Las pandemias, que son un duro golpe a la megalomanía humana, en medio del azar y la incertidumbre, el confinamiento, el miedo y la angustia, que provocan, nos recuerdan que somos mortales, que somos muy vulnerables, que nuestra vida y nuestra muerte dependen de los otros, por eso, pronto las olvidamos, porque las queremos olvidar.
La pandemia, la peste, es un acto dramático, decía Charles Rosenberg, inspirado en la novela La Peste del escritor francés de origen argelino Albert Camus, la peste es un viejo jinete del Apocalipsis que, con el hambre, la guerra y la muerte, enferma y mata cuerpos, desnuda las almas humanas y pone en evidencia, devela, es decir, le quita el velo a la dura realidad con la que nos estrellamos. El otro es fuente de contagio, es el que enferma, el otro se vuelve el enemigo a causa de la, también pandémica, paranoia, que hoy navega viralmente por las redes.
Hace un siglo, en los tiempos de la Gripa Española, se usaron profusamente, a lo largo y ancho del planeta, los tapabocas. La autoridad sanitaria colombiana en 1918, que pasa en esos años del Ministerio de Fomento al de Gobierno, luego a la Presidencia, luego al Ministerio de Agricultura para cambiar en ese pandémico año a depender del Ministerio de Instrucción, léase Educación, la Junta Central de Higiene, que se enfermó de gripa y cerró la oficina, recomendó usar la milenaria quinina, el famoso polvo de los jesuitas, que hoy recomienda a sus fieles el presidente Donald Trump, sumado a las inyecciones de desinfectante, la desfinanciación de la OMS y la negación de la pandemia que se lo lleva por delante, colocando a America First, pero en el número de infectados y de muertos por la Covid-19.
Recomendaban también en 1918 para combatir la pandémica gripa, el aislamiento de los ancianos, de los niños y de los enfermos respiratorios, que fueron aislados como hoy lo son los viejos y los enfermos respiratorios o con cáncer o los que padecen otras enfermedades crónicas; también recomendaban la desinfección de la boca y de la nariz con soluciones yodadas, tomar jugo de limón, tomar brandy con leche, vaporizaciones con eucalipto y, también, lavarse las manos; abrigar a los afiebrados enfermos y darles infusiones calientes. También recomendaron silenciar las campanas de la ciudad que repicaban sin parar por los difuntos.
Las ciudades por la pandemia de gripa hace un siglo se paralizaron como se paralizaron hoy. La ciudad colapsó. Era octubre y llovía. Se suspendieron bautizos y matrimonios. Se prohibió ir al cementerio el Día de los Muertos. "Las oficinas públicas, los colegios, la universidad, las chicherías, teatros e iglesias estaban vacías; los servicios urbanos colapsaron; la policía, el tranvía, el tren y los correos se paralizaron, porque la mayoría de las policías, operarios, curas, alumnos, profesores y empleados enfermaron", escribía Jorge Laverde, un médico de la Universidad Nacional en su tesis de grado sobre la Gripa, escrita en Bogotá en 1918.
"Nunca los muertos habían tenido que hacer antesala en el cementerio por uno o dos días aguardando que se les acomodase", escribe un cronista de la revista Cromos, otro, días más tarde, en el pico de la pandemia, afirma que: "Los muertos eran tirados en racimos en las sepulturas a beberse la sombra de las noches oscuras". A finales del año, terminada la pandemia que dejó en Bogotá 1.900 muertos y en Boyacá más de 3.000, un periodista concluía: "Antes de llegar la peste nuestra curiosidad consistía en saber cuántos éramos; ahora es la de averiguar cuantos quedamos".
Tampoco faltaron los negacionistas y las teorías conspirativas. Las ratas y los altruistas en medio del dolor y la miseria. Los de la gripa de 1918 les echaron la culpa a los alemanes, a los gases que envenenaron la Primera Guerra Mundial y a la, también alemana, Aspirina. Hoy los chinos son acusados por los conspiracioncitas de fabricar el coronavirus en un laboratorio y difundirlo por el mundo.
Las dos pandemias empezaron por la negación y terminarán en el olvido. La intersección divina, como explicación, poco a poco declina, mientras las muestras de estupidez humana permanecen a través de los siglos.
La famosa máscara del doctor Peste no salió este 2020 al Carnaval de Venecia, la máscara que recuerda a la de los médicos de la peste con su largo pico donde ponían hierbas aromáticas contra los miasmas y que, olvidada la peste, se convirtió en una estilizada máscara de carnaval, que no salió este 2020 porque llegó otra peste a Italia siete siglos después de la primera peste: llegó, también de Oriente, el coronavirus.
El H1N1 es un virus que se relaciona con las aves, los humanos y los marranos, la Covid-19 con virus humanos que saltaron de murciélagos y pangolines. De tanto presumir de racionales se nos olvida que somos animales.
Cuarenta años de neoliberalismo globalizador con débiles y privatizados sistemas de salud son tierra fértil para la difusión de un virus real en este mundo virtual.
Esta pandemia, que aún no es historia, empezó como todas por la negación, pasará esta vez por contención, mitigación, supresión, des - escalamiento y terminará, como todas, en el olvido y en la convivencia del coronavirus SARS-CoV-2 con el Homo sapiens sapiens, especie que solo ha erradicado una enfermedad pandémica en su historia, la viruela, al ponerse de acuerdo todos los países del mundo para tomar medidas conjuntas de salud pública.
La Salud Pública se puede, pero no se debe privatizar.
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Abel Fernando Martínez Martín
Doctor en Medicina y Cirugía, magíster y doctor en Historia.
Grupo de investigación Historia de la Salud en Boyacá- Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).