Un tercio de la población del viejo continente desapareció entre 1347 y 1353, alrededor de 25 millones de personas murieron por la bacteria Yersinia pestis en Europa. La bacteria había llegado de Asia, donde había causado desastres desde China hasta Turquía. Los únicos "medicamentos" funcionales fueron el confinamiento, el aislamiento y la resistencia inmunológica natural, que la pandemia euroasiática seleccionó y que le permitió al ser humano contar la historia. A la pandemia no la detuvieron las estaciones, desapareció paulatinamente a finales de 1353.
Pero la bacteria no se esfumó y volvía repentinamente a algunos pueblos y lugares como Milán (1576), Ámsterdam (1636), Sevilla (1649), Londres (1665), Marsella (1720), Hong Kong (1855), Bombay (1896) y, aunque no se tenga todos los reportes, se sabe que todos los países árabes la padecieron en esos 600 años posteriores hasta llegar a China, nuevamente, donde la peste bubónica permitió la identificación de la bacteria responsable por Alexandre Yersin. Las más recientes epidemias en el siglo XX de la bacteria se recuerdan en San Francisco entre 1900 y 1904, Sídney entre 1900 y 1925.
Hasta esa fecha, Alexander Fleming y la penicilina no habían hecho parte de la historia de la eliminación de las bacterias patógenas por los antibióticos, pero años antes Waldemar Haffkine desarrolló la vacuna contra Yersinia pestis (1897) y Vibrio cholerae (1896). Para sorpresa de muchos la bacteria presentaba resistencia natural a la penicilina, sin embargo, fue hasta 1943, con la aparición de la estreptomicina, el cloranfenicol y las tetraciclinas, que se pudo combatir eficientemente con antibióticos. Entre 1970 y 1998 la bacteria regresó a todo el mundo matando cientos de animales en los cinco continentes.
Existe actualmente resistencia de Yersinia pestis a los antibióticos mencionados y se considera en la actualidad que solamente es susceptible a gentamicina y doxiciclina. La vacuna en la actualidad se ha desestimado precisamente por el uso amplio de antibióticos. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de los EE. UU. dice textualmente en una de sus páginas web: "Dado que la plaga humana es rara en muchas partes del mundo, no hay necesidad de vacunar a las personas, aparte quizás de un caso con alto riesgo a exposición. Vacunación rutinaria no es necesaria para persona que viven en áreas con plaga enzoótica (no humana) como en el oeste de EE. UU. No es indicada para muchos viajeros a países donde se reportan casos."
Si bien es cierto que Yersinia pestis ha perdido la trascendencia de su atención y cuidado de otros tiempos, no ha desaparecido del planeta como el virus de la viruela, emergiendo como resistente a antibióticos en las últimas décadas. Otras bacterias como Pseudomonas aeruginosa, Acinetobacter baumannii y Enterobacterias (Enterobacter, Escherichia, Klebsiella, Salmonella y Shigella) fueron declaradas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el 2017 como nuevas patógenas emergentes multirresistentes a antibióticos. Y en los últimos 30 años la lista de resistentes ha crecido al punto que más de 20 bacterias patógenas son multirresistentes como el caso de Yersinia pestis [New England Journal of Medicine 1997;337:677], sumada a las anteriormente mencionadas.
Dado el uso extensivo e indiscriminado de antibióticos, no solo en humanos, es comprensible la nueva emergencia de Yersinia, especialmente en el mundo agropecuario en el que la práctica de engorde ha incluido el uso de antibióticos como estimulador de la biomasa o carne. Estamos consumiendo grandes cantidades de antibióticos en la carne, en el agua e incluso en hortalizas que los toman de suelos altamente contaminados, dice Maryn Mckenna en su libro Big chicken (expresión típica del inglés estadounidense). Eso cierra perfectamente la relación entre la nueva emergencia del Yersinia pestis en el mundo agropecuario, en el que el uso de antibióticos no solo ha generado multirresistencia de bacterias patógenas, sino que su aplicación se desfiguró completamente para hacer crecer los animales de encierro, como lo denuncia Mckenna. Adicionalmente, el uso extensivo también está generando resistencia a las bacterias del medio ambiente y las naturales de nuestro microbioma.
No está en mi poder de evaluación decir cuál es mejor y más indicado, si las vacunas o los antibióticos. Creo los dos han sido un descubrimiento fenomenal, pero olvidar las vacunas por la carrera comercial que desencadenaron los laboratorios farmacéuticos para que tal juego causara resistencia a las bacterias no fue una decisión acertada para la salud humana y las de sus animales. Hoy desde la OMS, los CDC y muchos centros de enfermedad y salud de cada país desalientan el uso masivo de antibióticos, habida cuenta el perjuicio causado. En el mundo farmacéutico desde la empresa hasta el mercado, el precio y uso de antibióticos incluso cayó.
Ya un antibiótico no es tan rentable como un medicamento para el cáncer y, debido a la multirresistencia, hemos incurrido casi en la peligrosidad de dos problemas: uno desaconsejarlos completamente y dos no tenerlos. Está bien en bajar su uso de duración de tratamiento y dosis empleadas anteriormente. En un hospital en Corea del Sur los médicos volvieron a usar los aminoglicósidos en dosis bajas y en menos tiempo para el tratamiento de Pseudomonas aeruginosa [Annals of Laboratory Medicine, 2018;38(2):176], tratamiento que ya ni se consideraba por su resistencia a ellos, obteniéndose resultados satisfactorios. Precisamente el problema de Pseudomonas aeruginosa es que por ser un patógeno emergente corremos el riesgo de quedarnos sin armas para combatirla y no tener un medicamento para combatir un patógeno es exactamente igual a estar en la Edad Media, solo el confinamiento, la mortandad y la supervivencia por selección será la única solución.
El principal problema actualmente es que ya muchos antibióticos cayeron en desuso y casi abandono de fabricación, debido a su inefectividad, consecuencia también de las altas dosis y lapsos usados anteriormente. Los enormes costos beneficio de investigación para encontrar nuevas moléculas desalientan a las empresas farmacéutica. La gravedad es que una patógena emergente nueva surja sin tratamiento a la mano. Claro, es cierto, la higiene y la limpieza puso a raya las pulgas y ratones para separarnos de Yersinia pestis, eso exclusivamente en ciudades limpias antiséptica y organizadas, pero ese no es el caso mundial, estamos ignorando fincas y zonas pobres donde la limpieza no es al punto de la obsesión; allí donde quizás las bacterias pueden adquirir nueva información del medio y de su genética para sobrevivir.
En ese juego, el ser humano sin herramientas efectivas volvería entonces a la Edad Media. No habría antibióticos efectivos con que combatirlas, su maquinaria es hasta 50 veces más grande que la de un virus y sus mecanismos de supervivencia abarcan el ambiente, no exclusivamente las células para propagarse como sucede con los virus. El panorama de la multirresistencia podría estar incubando otra nueva pandemia bacteriana si le damos la espalda al problema como sucede ahora.
Si mi papel en este caso de divulgador de la ciencia es asustar al público -que ante todo debe estar bien informado- estoy en un grave error metodológico científico, pues los datos científicos no se usan para asustar a nadie por terribles que puedan parecer. Los datos del calentamiento global contravienen los deseos incontenibles de una ganancia eterna y sin medida, olvidando las consecuencias. Los datos de la multirresistencia contravienen también su abandono como ha sucedido con las vacunas y la emergencia de nuevas patógenas incontenibles con los pocos antibióticos que quedan o quedarán en uso. Si el bienestar nos llevó a prescindir de tratamientos, exámenes o medicamentos efectivos, ese olvido hoy nos recuerda que el darle la espalda a la salud humana y la ciencia los paga la economía y el bienestar de todos.
Hoy afortunadamente tenemos herramientas y medios para retomar el camino correcto. Los científicos no funcionamos como gurús de predicción, ni hemos nacido para asustar o dar noticias desalentadoras o superoptimistas. Los datos y los experimentos son nuestra evidencia, pero quienes toman la información en las administraciones de cada país y los gobiernos deben hacer uso de la inteligencia y no de la conveniencia.
El bienestar económico trajo salud y abundancia a los países desarrollados. No sucedió igual para nuestros países, en los que el bienestar y la salud no fueron para la mayoría y el consumo de antibióticos en nuestras ciudades y pueblos se estableció como comer chicle. Recuerdo algunas veces haber ido a la farmacia a comprar ampicilina, amoxicilina o gentamicina sin ningún reparo o prescripción médica. Adicionalmente, de una forma desmedida el mundo veterinario aconsejó dar antibióticos a los animales de corral como dando cuido, y el perjuicio ya está acá y ahora.
Los correctivos a ese nivel no deben desalentarnos a seguir buscando nuevas herramientas en vacunas y antibióticos, y en bajar su uso de forma no prescrita o desmedida. Volver a la Edad Media con una bacteria como la de la peste negra sería una catástrofe de dimensiones dantescas.
Mauricio Corredor Rodríguez
Biólogo de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá; magíster en Ingeniería enzimática, bioconversión, microbiología, Universidad de Tecnología de Compiègne, Francia; PhD en Genética Molecular de la Universidad de París XI - Sud, Francia; postdoctorado en Biología Molecular de la Universidad de Montreal, Canadá; líder del grupo de investigación en Genética y Bioquímica de Microorganismos, GEBIOMIC-UdeA. Profesor de planta del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia, Medellín.