El valor R de la COVID-19 del país es el más alto del mundo, muestra de que la mesura no es nuestra virtud

Mauricio Corredor Rodríguez | 21/12/2020 - 16:40 | Compartir:

Los esfuerzos logísticos de alcaldes, gobernadores y presidencia tuvieron efecto los primeros meses de la pandemia al cerrar establecimientos comerciales, colegios, universidades y empresas. Sin tacha, nuestro personal de salud incondicional ha sido nuestro principal soporte. Independiente de la labor inicial, actualmente tales esfuerzos efectivos son un recuerdo, pues médicos y enfermeras no nos pueden controlar en la calle y el Gobierno ha centrado su responsabilidad especialmente en el número de UCI sin profundizar más en el tema. Nuestro país aplicó el modelo de la mayoría de los países europeos: el confinamiento, que no aplicó para países como Suecia, y con el correr de los meses algunos insistían ante el Gobierno en que el modelo debió haber sido precisamente el sueco, como lamentando o queriendo recuperar una economía en la que lo único que repunta constante, a diario, es la inflación. Suecia hoy acepta que su modelo falló, su valor R es 1,0 y el valor R para nuestro país es 1,2, el más alto del mundo, no lo tiene ni siquiera Brasil ni EE.UU., que presentan el mayor número de casos, con valores R de 1,1 y 1,0 respectivamente. Es decir, a nosotros ni el confinamiento ni el modelo sueco, aplicado recientemente, nos funcionó para controlar con éxito la COVID-19. Analizando las gráficas de CIDRAP (ver gráfica), los valores exponenciales en los último 15 días de diciembre muestra datos que no se presentaron ni parecidos en los ocho meses anteriores. 

El cálculo del factor R se construye a partir de la duración D, la oportunidad O, la probabilidad de transmisión T y la susceptibilidad S. Su multiplicación da el famoso número R, que es el factor de reproducción efectivo del virus o el potencial de propagación que tiene éste. Dicho en otras palabras, es el ritmo de crecimiento del virus entre la población; es decir, con qué velocidad las personas se infectan. El de nuestro país es el más alto en el mundo (El mapa del coronavirus en el mundo: así avanzan los contagios y las muertes día a día | Sociedad | EL PAÍS), dato que compartimos solo con Francia, Inglaterra y Holanda con un valor R de 1,2, que son países que poseen todos los recursos y que venden hasta en droguería o farmacia kits diagnósticos para la COVID-19 y quienes ya tienen la vacuna en mano para su población. Los otros países del mundo con valores de R 1,2 son Sudáfrica e Israel, que están en mejores condiciones económicas que nosotros, incluso para la adquisición de la vacuna. El otro país con R=1,2 de Latinoamérica es Uruguay, y esos son todos los países del mundo con el R más alto. Sí, de acuerdo, nuestro organismo rector de la salud, el Instituto Nacional de Salud (INS) dirá que el valor de la incidencia de la enfermedad no es tan alto como el de Brasil y EEUU. La incidencia mide el número de casos nuevos, poco que ver con R. Y Brasil y EEUU ya van a comenzar vacunaciones en masa. De otra parte, esta semana varios países europeos vuelven al confinamiento completo en navidad, cerrándole el paso a los británicos por el descubrimiento de una nueva cepa con más del 70 % de probabilidad de infección o sea un R más alto.

Si el optimismo en estos casos sirviese para contener la pandemia yo diría entonces hay que ser optimista. Pero con estos datos no se trata de ser optimista, se trata de ser realista; es decir, hay que aceptar las cifras para así tomar nuevas medidas de contención efectivas. Es tan simple como cuando nuestro equipo favorito pierde un partido. Allí nada va a cambiar, se perdió y listo, acéptelo, el próximo partido vendrá. Estos números muestran lo poco eficiente que ha sido nuestra lucha como país contra la pandemia y la culpa es del Gobierno y gobernados. En los últimos 15 días los valores volvieron a los niveles de antes, ya con números más altos de infección. El domingo pasado (20 de diciembre) se infectaron 13.999 personas o casi 14.000 y el pico más alto en agosto fue de 13.056 personas infectadas. La pendiente de infección ahora es más pronunciada, hecho que se correlaciona con el factor R; es decir, la velocidad de contaminación con el virus ahora es más alta o sea más rápida.

El valor R de la COVID-19 del país es el más alto del mundo, muestra que la mesura no es nuestra virtud
Gráfica obtenida de https://gisanddata.maps.arcgis.com/apps/opsdashboard/index.html#/bda7594740fd40299423467b48e9ecf6 consultada el 20 de diciembre 2020. Pendientes calculadas a mano alzada.

 Otro asunto que mejora el panorama del problema en los países mencionados, no en nuestro caso, es que muchos países del mundo, y en especial aquellos en los que el número R es más alto, están exigiendo que todas las personas que entren a sus países traigan un examen de PCR para la detección de SARS-CoV-2 y que si estas personas no aportan constancia inmediatamente en estos aeropuertos se les toma una muestra y, en cuestión de unas cuantas horas de espera, se sabe si son negativas o positivas. Por supuesto que si son positivas no se les va a devolver a su país como si fuesen invasores, pues muchos son nacionales y devolverlos sería seguir propagando el virus en otras latitudes. Recordamos todos los famosos 14 días cuando se llegaba al país antes de ponerse en contacto con alguien. creo que, hasta eso, ya es historia en nuestro país. No sé si ya muchas alcaldías lo exigen y corroboran el confinamiento personal para los llegados por tierra, mar o aire. Lo dudo ahora.

En las calles de nuestro país vemos ahora cientos de personas ya sin mascarilla, como si el virus hubiese desaparecido por arte de magia. Muchas personas que ya contrajeron el virus se sienten cuasi vacunadas o protegidas, olvidando que aquellas personas sin mascarilla son el principal vector de propagación. Incluso sabemos que los sitios concurridos más seguros ahora son los supermercados de cadena ya que todavía exigen la toma de temperatura, el obsequio de limpiador y el uso obligatorio de mascarilla. En otros sitios públicos (comercio en la calle, por ejemplo), ya tales medidas de bioseguridad han quedado borradas; el transeúnte hasta mira mal a los demás que usan mascarilla. Es muy triste esto, ya que el autocuidado promovido desde el Gobierno y mencionado en programas de radio y televisión es un estribillo que ya no funciona en cabeza de población, pues no hay norma que exija el uso de mascarilla; hay solo recomendación y no hay multa para quien no la use.

El único “consuelo” de estas semanas anteriores era que traíamos un promedio de decesos diarios de 200 personas; mucho más bajo que el pico de agosto que llegó a los 400 decesos el 22 de ese mes. Hoy esos números vuelven a ascender poniendo nuevamente a límite las UCI disponibles en el país. Está claro que los últimos 15 días demuestran el resurgimiento de la pandemia con mucha más fuerza que cuando comenzó en marzo, que aumentó en esos meses tendidamente con una pendiente más suave que la actual; en los últimos tres meses, se mantuvo en una tendencia como los expertos llaman de culebra o montaña rusa, pero en las dos últimas semanas la tendencia volvió a revertirse hacia el aumento pronunciado con un R mayor o pendiente más vertical.

Cuando la pandemia comenzó no teníamos los números y muertes que tenemos hoy. Las personas que eran sorprendidas violando las normas de confinamiento eran multadas con cifras que fueron motivo de burla en redes sociales, pues eran más altas que un salario mínimo legal. Tales medidas tuvieron un efecto medianamente bueno o por esa época tuvieron algún éxito, especialmente en Antioquia, donde los datos hoy muestran la más alta incidencia del país. Sin embargo, aquellas personas que perdieron su empleo, los que ya no tenían para comer, no podían quedarse en casa. Contrario a quedarse en casa en este mes de diciembre, ahora sin reglas y exigencias como en sus inicios, la consigna es hacer fiestas concurridas, a las anchas, que ni la prensa perdería una línea en mencionar, contrario a los meses anteriores que se dio gusto publicando semejantes titulares ante la carencia de hechos más emocionantes, pues tales medidas demostraron que el comportamiento coercitivo policial en realidad no dio resultados efectivos de contención. Nos escandalizamos cuando bandadas de automóviles salieron de las ciudades a sus fincas e hicimos escarnio público avergonzando hasta los mismos empleados del Gobierno que violaban las normas provisionales. Hoy todo eso quedó en el olvido. Varios periódicos online nacionales ya no tienen la barra titular del coronavirus porque eso es como si fuese asunto del pasado. Todo indicaría que el virus “desapareció” de nuestra esfera y geografía, como un auténtico autoengaño, como si médicos y enfermeras estuviesen jugando en el hospital y de paso se entiende porque eran hasta agredidos.

Un país inteligente, consciente y educado le cree a un buen Gobierno sus recomendaciones, o por lo menos toma a bien encargos mientras que sean por su seguridad y salud. Un país donde la mayorías han sobrevivido en medio del analfabetismo, las carencias y todo eso que llaman subdesarrollo hace oídos sordos a todos, incluido al Gobierno, porque ha vivido de lo que la vida les pueda dar, no de lo que el Gobierno les promete u obnubila en elecciones, pues sabemos que hasta los puestos gubernamentales  son para privilegiados y llegar a una buena empresa no es para todos, pues nuestro país no es un país industrializado (el otro nombre que reciben los países desarrollados). 

Combatir una pandemia no es asunto exclusivo o responsabilidad del Gobierno. El éxito con ella radica en el compromiso de gobernados y Gobierno, y de no ser así diríamos que, si el gobernado no hace caso, sí lo hace con las leyes marciales, como le funcionó a China o como las que tratamos de aplicar, sin ningún resultado efectivo los primeros meses de la pandemia. Eso no es del todo cierto, Nueva Zelanda no tuvo que aplicar tales medidas policivas, Suecia menos, en este último no hubo confinamiento jamás. Contrario a lo que sucede en las republic bananas, donde los titulares de prensa se llenaron de noticias que en principio daban vergüenza, ya hoy resultan anecdóticas y si las miramos de nuevo no representan más que un titular, pero cero resultados para controlar la pandemia. Por ejemplo, la colombianada de una volqueta convertida en piscina. Eso en el 2019 hubiese sido una anécdota divertida de risas e ingenio, pero nuevamente fue comidilla para los resultados de escarnio público sin ningún efecto social. En el 2019 estábamos atónitos incluso por las exageradas medidas del famoso Código de Policía y en diciembre de 2019 atónitos con la implementación de tal código. Ayer me encontraba en una estación de policía y con el agente que hablaba miramos un automóvil que pasaba a la 1:00 am con el volumen de su música a reventar. Toda la estación vio pasar el automóvil como si se tratara de un ghost, pues no hubo amonestación. ¿Dónde quedó el Código de Policía? Somos buenísimos para inventar normas que no somos capaces de aplicar correctamente.

Así pues, la mesura no ha sido nuestra principal virtud como país, como cultura o como sociedad. Eso demuestra por qué la guerra en nuestra nación ha sido sustento de todos los bandos. Ya muchos de nosotros no veremos un país en paz y ya no lo haremos pues la guerra, que es muerte no vida, es soporte ideológico. La salud, eso es lo de menos en estas tierras donde lo más importante es estar ideologizado para mantener ordenes que no solo no cambian situaciones, difícilmente organizan algo. La prueba la tiene ahora el Gobierno con nuestras islas donde la “platica” la pensaban utilizar para alumbrar de colores las nocturnas calles de San Andrés, en las que ya muchos sin tener que comer están durmiendo en ellas por la pérdida de su hogar ¿Cuándo vimos eso antes en San Andrés o Providencia?

El factor R deberá bajar si queremos tener un 2021 esperanzador, y ese número no bajará si todos aquellos que salimos a la calle no nos comprometemos con el uso de mascarilla, el uso de desinfectante y la toma de temperatura. Hoy Suecia, un país con más recursos que el nuestro, por lo pronto toma esa senda, aceptando que se equivocó al no imponer esas tres reglas. Esa actitud no es la de los gobiernos de esta estas latitudes, pues la polarización ideologizada es su base de construcción. La eficiencia, la efectividad, la calidad exigen una evaluación nuestra y de nuestras instituciones, más allá de un mea culpa como aceptó el Gobierno sueco. Cuando eso suceda, seremos quizás un país en vías claras al desarrollo. Por el momento si la desmesura sigue su senda, los 20 millones de dosis de vacunas que el Gobierno anuncia serán apenas un paliativo si olvidamos que el virus no ha desaparecido y no desaparecerá por arte de magia en el 2021.

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Mauricio Corredor Rodríguez
Biólogo de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá; magíster en Ingeniería enzimática, bioconversión, microbiología, Universidad de Tecnología de Compiègne, Francia; PhD en Genética Molecular de la Universidad de París XI - Sud, Francia; postdoctorado en Biología Molecular de la Universidad de Montreal, Canadá; líder del grupo de investigación en Genética y Bioquímica de Microorganismos, GEBIOMIC-UdeA. Profesor de planta del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia, Medellín.

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