¿Qué tan difícil es en un país en desarrollo comprar un celular estándar a un precio razonable? Hasta el que pide en la calle lo podría comprar. Muchos desarrollos tecnológicos se han puesto en nuestras manos y algunos son para nuestra satisfacción y gusto. Tenemos aparatos para la cocina, computadores y celulares que son capaces de mejorar nuestra calidad de vida, incluso algunos para optimizar nuestra salud, como los relojes inteligentes que nos miden la presión arterial. Sin embargo, el automóvil -otra maravilla tecnológica- cuenta con muchas de estas tecnologías, pero solo es para un público privilegiado, y sabemos lo necesario y esencial de este aparato actualmente.
Cualquier mujer puede ir a una farmacia de un país pobre y encuentra un kit diagnóstico para determinar, con una alta probabilidad, si está en embarazo, a sabiendas que éste no es una enfermedad. Cientos de desarrollos tecnológicos están al alcance de muchos, pero para la mejora de nuestra salud la mayoría de ellos no son como la compra de un kit en la farmacia, aunque deberían ser de esta manera.
En las últimas cinco décadas las grandes inversiones del mundo de la salud se concentraron en el consumo masivo de la estética y apariencia con sus paliativos para verte más bella o más musculoso, pero no apuntaron a mejorar nada nuestra calidad de vida y menos a nuestra salud. Sí, es bien entendido que muchos inventos para la mejora de nuestra salud no se pueden poner a la mano de todos por dificultad tecnológica o por perdida de negocio, en especial el diagnóstico de muchas enfermedades. Sin embargo, la doble moral se aplicó en ello cuando se pusieron a disposición del público cientos de medicamentos que no debían consumirse como crispetas, como es el caso de los antibióticos, los calmantes y los estimulantes.
La prueba diagnóstica para el embarazo de uso doméstico fue inventada en la década del sesenta, pero solo fue puesta para uso corriente hasta 1969, usándose por primera vez en Canadá. Con el correr de los años llegó hasta los países en vía desarrollo, encontrándose en todas las farmacias y droguerías a un precio razonable. Esta tecnología quedó a la mano de las mujeres de nuestros países no hace más de cuarenta años. Lo más sorprendente es que fue necesario esperar casi cien años para que el kit llegara a nuestras manos. La prueba diagnóstica en laboratorio existía ya antes, pero solo era disponible a precios costosos y no al alcance de todas, resultando ser casi un lujo. Hoy bien sabemos que tanto la prueba doméstica y la de laboratorio están al alcance de todas a precios razonables.
Actualmente el kit de embarazo es necesario por muchas razones, incluso para aquellas mujeres que desean abortar en países donde es legal. Es clave también para saber si una mujer debe tomar acción jurídica de manera urgente frente a la responsabilidad paterna, entre otros. Los test genéticos e inmunológicos hoy existen, pero no están a la mano del público corriente ni en farmacias. Para una enfermedad o infección es necesario esperar días y se requiere pagar una suma considerable para el diagnóstico de una responsabilidad paterna, una enfermedad genética hereditaria o una infección generalizada no evidente. Tal proceso solo está en manos de hospitales o centros médicos especializados por obvias razones. Sin embargo, hemos avanzado, aparatos para medir la presión arterial o la glicemia de la sangre para los diabéticos, entre otros, están a la venta en muchas farmacias, grandes superficies o almacenes especializados.
Tres herramientas médicas son necesarias si no se desea llegar hasta la parte clínico-hospitalaria para tratar de manera rápida la COVID-19 o cualquier otra enfermedad: el diagnóstico, el tratamiento y la prevención. El diagnóstico se hace con una rápida o sofisticada prueba que permite ver la presencia de la entidad problema en el cuerpo del paciente, remitido generalmente por consejo médico. El tratamiento y la prevención se realizan con medicamentos, los cuales deben ser prescritos, no automedicados. Pero el tratamiento deberá realizarse con una sustancia que en lo posible no causen daño perpetuo al paciente y no le destruya sus tejidos o células; de ahí que las vacunas marchan más de la mano de la famosa y soñada medicina preventiva, pues solo es necesario consumirla un par de veces en la vida y no causa ningún perjuicio al paciente.
Bien, el diagnóstico de la COVID-19 no está a la mano de todos, lo debe hacer un centro especializado, toma mucho tiempo el resultado si la muestra debe viajar de Leticia a Bogotá, y dependiendo de cual test se aplique tiene algunas imprecisiones, como la famosa prueba Papanicolaou para el virus Papiloma, que es más fácil que dé negativo que positivo. Sin desvalorar la técnica, el Papanicolaou ha resultado ser más un riesgo por su inexactitud y falta de afinamiento y no es nada confiable si no se tienen los reactivos frescos y la experiencia. Sin exagerar, diría que algunos matrimonios en el mundo se han roto por el falso positivo del Papiloma, ya que es uno de los virus de transmisión sexual. Contrario al diagnóstico por gota para Malaria, que es sencillo, se puede hacer en medio del Amazonas y para el que solo es necesario un especialista al microscopio.
Para el caso del sida, usamos el mismo tipo de diagnóstico que para la COVID-19, el diagnóstico inmunológico o genético, pero no se puede adquirir un kit para el sida en la farmacia, ello después de casi cuarenta años de su descubrimiento y es aún más riguroso. Se requiere cadena custodia, y doble ciego, que es por obvias razones la imposibilidad con la COVID-19, ya que al SARS-CoV-2 es necesario detectarlo rápidamente y no se hace en la mayoría de los países ni para todos los pacientes la toma de una contramuestra o una segunda muestra para reconfirmar. Para la detección del VIH fue obligatorio, pues los falsos positivos existen y por culpa de no hacerlo por segunda vez o su yerro, algunos suicidios innecesarios acontecieron y ahí ya una segunda muestra no sirve para nada.
Algunos tuvimos la posibilidad de participar en la consecución de kits diagnósticos en nuestro país. Para mi caso tuve a la mano el diseño de un kit para la neurocisticercosis y éste se logró satisfactoriamente. Otros amigos y colegas participaron en la consecución de kits para el dengue, el chagas, la leishmaniasis, la malaria, y tantas otras enfermedades que afectan la salud en nuestros países. Pero, cuando pensamos en pasar al proceso de industrialización, vienen los problemas si se requiere que llegue al alcance del usuario (hospital, centro médico o paciente) y más en un país como el nuestro: no hay el apoyo para llegar hasta este punto, no se cuenta siempre con los insumos, existen dificultades jurídicas para registrarlo o patentarlo y, lo que es peor, muchos futuros socios industriales o incluso el mercado dirimen concluyéndose que no es rentable. Así es estimado lector, hablando sin rodeos, la salud no es rentable. ¿Los seres humanos debemos ser rentables? Eso se parece a la época de la esclavitud.
Bueno, si la salud no es rentable es un mundo vacío y nihilista donde cómprame y vete, y no me importa si te vas a morir. Así de triste es el mundo de las drogas ilícitas; a los narcotraficantes jamás les importará si el que compró la pequeña bolsa con el estimulante mañana aparece muerto por consumirla. Yo siempre pienso en una industria ética y que las cosas no se hacen de esa forma en ella. Partamos de la buena fe de que se fabrican medicamentos solo con el fin último de prohombres que sueñan una salud de alta calidad para la vida del ser humano. Sé que estoy soñando, algunos se reirían mientras me leen, pues saben que eso no es del todo cierto. Existen medicamentos tan caros que ni siquiera se puede pagar en la farmacia.
No voy a decir los precios, pero hay medicamentos en las farmacias que cuestan un ojo de la cara. Y no estoy hablando de los más caros de la farmacia, estos ni siquiera están en ella y son inalcanzables en los países desarrollados. A nuestro país llegan medicamentos para el cáncer que son casi paliativos y cuestan dos ojos de la cara: cada pasta vale más que un gramo de oro, hay algunos casos en los que 100 pastillas valen la mitad del último Mercedes-Benz. Eso lo sabe el mundo médico y lo saben las EPS colombianas, las cuales saben lo rentables que son esos medicamentos. Entonces ahí la salud no es para el público en general, como sucede con los automóviles de alta gama, es para un público incluso más privilegiado.
En esto días nos encontramos con el agravante de que no hay salud y tampoco producción, pero si la tierra y la empresa son nuestro sustento de vida, sin ninguno de ellos se puede tener vida digna actualmente. Si no hay compradores, ¿a quiénes vamos a vender nuestros productos? Si la tierra no produce, ¿de qué nos vamos a alimentar? Si no hay salud, ¿quiénes trabajarán en la empresa? o ¿para qué consumir alimentos si no te van a sanar? En lo que quiero que reflexionemos es que la salud, la tierra y la empresa están unidas de manera indisoluble. Las casas farmacéuticas, las grandes empresas y los grandes latifundistas han olvidado que no pueden exprimir el planeta y sus alrededores hasta sacarle el tuétano sin consecuencias. Y la culpa no es toda de estos actores, también los consumidores hemos aceptado este panorama y solo observamos.
Da gusto tener aparatos electrónicos, calidad de vida y buena alimentación, con salud. El día en que ella no esté, ¿para qué una tierra maravillosa que produce unas manzanas gigantes, pero tóxicas o una carne llena de antibióticos? ¿Para qué cientos de aparatos que no van a acabar con la pobreza, la contaminación del aíre, el calentamiento global, o el atraso intelectual? ¿Estamos convirtiendo la tecnología y su venta como la de las drogas ilícitas? Eso sería una sociedad que ya ni siquiera promulga el idealismo y está más cerca del nihilismo supremacista, como lo que experimentó la sociedad alemana en manos de Hitler: el partido tiene la razón, el color tiene la razón, y de paso el partido tiene el poder y nuestras mentes. Creo que hoy estamos de acuerdo en que una sociedad así ya no tiene más cabida, así algunos equivocados la crean conveniente para sus aspiraciones personales o grupales. Así cuestionemos los idealismos, seguirá habiendo ideales, pero sin idealismos, como la felicidad que no existe completa, pero la necesitamos.
Lo ideal será en el futuro poder ir a la farmacia y comprar un kit diagnóstico para la COVID-19, para el sida, para el dengue, para la malaria y llevarlo para la casa y no tener, ni siquiera, el problema de ser estigmatizado. Lo ideal es y será poder tomar medicamentos prescritos que nos sanen rápido, que no nos intoxiquen y que estén al alcance de todos. Lo ideal será tener cientos de vacunas para muchas enfermedades. Lo ideal será encontrar el tratamiento y el diagnóstico para más de 2.000 males que aquejan la salud humana como lo dijo Francis Collins (exdirector del proyecto genoma humano). Nada de eso está y no solo para la COVID-19. Sin embargo, se sigue avanzando y el celular será quizás nuestro segundo médico.
En la industria innovadora todo cambia inexorablemente, como sucede en la evolución biológica. La industria farmacéutica se parece en eso a la de los automóviles, que busca mejoras constantes, pero no puede quedarse en el consumo privilegiado o perderá su rumbo y sus consumidores. La costumbre y la innovación no parecen ser hermanas. Desde el Gobierno nacional se nos dice que nos vamos a tener que acostumbrar a la COVID-19 (nada innovador eso), como si ya no estuviésemos acostumbrados a un país como el nuestro, a las carencias, a los vacíos, a las faltas de medios y a la corrupción. A eso no queremos acostumbrarnos muchos de nosotros. Ese es el problema, habituarse a que las cosas están bien así y que nada hay que cambiar o innovar. A lo que deberíamos acostumbrarnos es a que todo hay que mejorarlo y todo debería apuntar a la calidad de la salud de todos. Así darán gusto la tecnología, el progreso y el desarrollo.
Mauricio Corredor Rodríguez
Biólogo de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá; magíster en Ingeniería enzimática, bioconversión, microbiología, Universidad de Tecnología de Compiègne, Francia; PhD en Genética Molecular de la Universidad de París XI - Sud, Francia; postdoctorado en Biología Molecular de la Universidad de Montreal, Canadá; líder del grupo de investigación en Genética y Bioquímica de Microorganismos, GEBIOMIC-UdeA. Profesor de planta del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia, Medellín.